Su amor a Almería

El 13 de junio se cumple el centenario del nacimiento del compositor y gran poeta almeriense Manuel del Águila 16 prestigiosos escritores de Almería y grandes amigos suyos escriben sobre su figura

El poeta y compositor Manuel del Águila.

10 de junio 2014 - 01:00

TODA ciudad tiene un número más o menos largo de personalidades singulares que a través de sus vidas, con su presencia y su quehacer, ayudan a dar identidad, carácter propio al territorio en que habitan y, de alguna manera, influyen en sus entornos humanos: vecinos, alumnos, compañeros de trabajo… Pueden ser insólitas personas, de cualquier oficio o profesión, aunque de manera más significativa y de forma más evidente se da en el caso de tratarse de escritores o artistas, pues es privilegio con el cual se nace y se aumenta en ganancias de espíritu a través del tiempo. Y esto permanece y queda venciendo a lo efímero porque la labor del artista, su capacidad de oferta, si está signada por la verdad y la belleza, traspasa linderos de la muerte.

Fue Manolo del Águila uno de esos seres que pasó por la vida dejando su huella luminosa, sin pedir nada, siempre en ofrenda de su bondad humana y creativa. Sin hacer pregón de sus hallazgos cruzó por la vida con pasos silenciosos siempre y, como no pudiendo contener su gran sensibilidad artística, diversificándose dentro de un pluralismo que no le permitió seguir una trayectoria lineal, dentro de un determinado género, aunque puede considerarse que su quehacer fue englobar la manera de hacer poesía a través de la música y la palabra. No hay duda, quedó para siempre en la historia cultural de Almería con su singular personalidad tan rica y diversa.

En oferta directa a los demás tuvo sus épocas de comunicación radiofónica, y a través de la prensa, a través de preciosos artículos escritos asta proximidad de umbrales con su muerte, en que pudo manifestar de manera directa, dentro de la oferta de su palabra, su bondad sin límites, sin resquicios de envidias o rencores hacia nadie, su profundo latido humano, su amor sobre lo almeriense -personas, mar, paisaje- que nunca lo llevó a una insustancial literatura costumbrista ni a un localismo sin posibles ámbitos o resonancias universales. Fue viajero, con dominio de idiomas, curtido en traducciones y enseñanzas; con clara idea de la importancia de las propias raíces sin olvidar que cualquier manifestación artística carecía de valor si quedaba anclada, encorsetada en cortas expresiones del localismo, sin llegar a ser posible ofrenda hacia cualquier persona de cualquier sitio, capaz de hacerla suya.

Mucho sé de su amor a Almería, y en cierta ocasión comente con él sugerencias de su poema La Excavadora que, aunque hace mención a un amor y una casa determinada, creo simboliza la bárbara ola especuladora, de mediados del pasado siglo, que tanto le dolió a Manuel, arrasando gran parte de una arquitectura singular y única. Entre el escombro, que hizo desaparecer intimidad y belleza de la ciudad, queda la protesta del brote de una rosa. He aquí el poema:

"Me asomé a la ventana, creía que un seísmo / derrumbaba las cosas. / No eran todas, era sólo la tuya, / la tuya que guardaba / como un álbum antiguo, momentos y momentos, / gestos, palabras, voces, enfados, besos; todo lo que es la vida / Y siega un último suspiro. / No era un seísmo, no, era su muerte, en un instante, / ferozmente mordida por la firme mandíbula / de una amarilla y cruel escavadora: / monstruo y gusano al par, / derrumbó tus balcones, tus paredes; / aquella puerta encristalada y cómplice / de unos besos de larga despedida.

La vi entrar con estruendo / de hecatombe y de guerra, / sin piedad, sin mirar y sin sosiego / y llegar al jardín y penetrar / en la blandura verde del geranio, / en la erizada y débil resistencia del rosal; / en el blanco temblor del jazminero / que lloró con estrellas diminutas. / Un momento después ya no había nada: / de las vidas, los ecos, los momentos, / de los sitios y sombras de recuerdo, / quedo tierra y piedras, / retorcidos herrajes y maderas rotas, / fragmentos de cristales y ladrillos.

Pero flecha de luz, desafiando al aire, / asombrada, amarilla por el polvo, / la rama del rosal, como un pequeño brote, / Inicio ya fragante de una rosa, / enhiesta su verdad de primavera, / orgullosa decía / yo vivo aún y aromo a quien se acerca.

Amor y libertad, junto a soledad, son temas preferentes de sus poemas, temas al parecer paradójicos entre sí, pero que él coordinó sabiamente en su vida. Dice en un poema:

Dejadme solo a veces, para no estarlo luego. / La soledad me crea un mundo de silencios… / de sonoros silencios-, con un muro alargado / de infinitas ventanas sobre un ancho paisaje.

Nunca estuvo sólo, lo rodearon multitud de seres ganados por su sabiduría, por su elegancia de espíritu y su encanto personal. Cuando no los tenía por sus alrededores, ya lo declara, es rico en recuerdos, en ensueños, en músicas del alma. Nunca estuvo solo como nunca fue viejo: el brillo de juventud de sus pupilas le salía del alma, no perdió la ilusión de vivir siempre en sus sosiegos y actividades, y permaneció hasta el final en el mundo de los asombros, que es generalmente patria de niños y poetas.

Fue un autor plenamente mediterráneo. Dice:

Porque nací en la orilla de un mar riente y viejo / llevo dentro de mi un marino que manda / y un marino que sueña y mira las estrellas.

El mar cruza sus versos de la canción a la elegía, grandioso compañero de vida, testimonio divino, gran metáfora del paso del hombre por la vida, entre borrascas y plenitud de sosiegos. Sus versos dicen:

La vida no se vive, se pasa por la vida

hasta que el alma arde y lanza llamas

Su pasión como amigo fue un gran despliegue de generosidades, todos los que tuvimos un acercamiento a su persona lo sabemos. Dentro de su obra puede quedar simbolizada en sus sentidas elegías a Celia Viñas y Jesús de Perceval, personalidades que junto a otras influyeron en darle a Almería una entidad propia y definida, desde un tiempo (primera posguerra) en que gran parte de España era un enorme desierto cultural. Dice de Perceval:

Pasma la muerte cuando llega helada / como un mármol sin talla o un puñal / arrebatando a un hombre soñador, / hombre multiplicado que tenía / más ojos que otro hombre para ver / luces, y sombras y horizontes… /

Y en el réquiem a Celia Viñas, su gran maestra en sensibilidades:

No puedes ser sólo ceniza entre la piedra. / No, tú no. / Fuiste, eres, serás siempre semilla…

De la canción a la elegía siempre hay un pálpito de amor en sus versos. Sus canciones extraídas del mejor latido popular, enriquecidas con el aliento lírico de su música. A Federico García Lorca le hubiera encantado contar con ellas, estoy seguro, en su colección de joyas similares.

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