Antonia López, de bien pá arriba en El Morato

Música

Desde Huelva hasta Almería / cogfiditos de la mano / el cante y la poesía. Nuestra querida y admirada protagonista es paradigma del bello poema por soleá de Antonio Murciano

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Antonia López y Niño de las Cuevas, mayo 2025. El Morato
Antonia López y Niño de las Cuevas, mayo 2025. El Morato / D.A.
Antonio Sevillano

03 de junio 2025 - 08:00

Cuando un cantaor (payo o gitano) le tiraba “pellizcos” en el alma, mi amigo y vecino Pepe Lorenzo -uno de los aficionados más cabales que he conocido- solía exclamar entusiasmado: “Está cantando de bien pá arriba”; rematando el comentario con el preceptivo minutaje: “¡Diez minutos por soleá y otros tantos por seguiriyas!”. Ese mismo sentimiento de admiración experimentamos el pasado viernes día 23 en la peña El Morato, embebidos en el brillante recital ofrecido por Antonia López López. De las marianas con las que se templó de entrada a la tanda de fandangos (gracias por dedicarme los de Vallejo) con los que culminó casi dos horas de entrega y puro deleite. Hija de un matrimonio de pescadores originarios de Carboneras (Rita y José, propietario de una traíña), Antonia nació (1950) en el municipio de Isla Cristina (Huelva), en Puntal del Moral; pedanía onubense donde cada año se celebra un Memorial a su nombre.

Siendo muy joven regresó a Almería, donde contrajo matrimonio con Pedro Segura, hijo del Tío Morrina y, al igual que este, un muy buen aficionado quien hacía sus pinitos a imitación de Pepe Marchena. En la barriada de Pescadería, de dicha pareja nacieron dos varones y una fémina: Rocío, cantaora de reconocido prestigio nacional e internacional. Ese caldo de cultivo la llevaría indefectiblemente a interesarse por nuestro genuino arte. Arte para el que la Naturaleza la dotó de innatas cualidades. Puestas de manifiesto en sus inicios en el ámbito familiar antes de debutar formalmente en público.

No es la primera ocasión -ni será la última- en la que exprese mi profunda admiración por el manantial de arte que surge de su privilegiada garganta. Tanto que se nos hace harto difícil no reiterar comentarios encomiásticos ya expresados con anterioridad. Su voz cautiva desde la primera nota: sedosa, dulce como la miel, aunque en determinados tercios rompa en ayes lacerante, evocadores de tristes periodos vividos. No obstante, pronto remontó el vuelo cual Ave Fénix y el recital prosiguió sin solución de continuidad desde las citadas marianas y tarantas, cuya estrofa inicial está incluida en el Cd “Cantes de Almería”, editado por Diputación Provincial en el ocaso (1998) de la pasada centuria.

Yo la escuché por vez primera hace décadas en la recogida de La Soledad en la iglesia de Santiago. Sus seguiriyas y carceleras cautivaron a los allí presentes, incluidos los más destacados intérpretes de la época: Sorroche, hermanos Gómez, Paco el Mellizo o Pepe Ortega. Y es que Antonia es una auténtica maestra en este apartado musical sacro. Tanto en la capital como en otras localidades donde su presencia es solicitada para realzar los cortejos procesionales o bien en pregones y diferentes actos semanasanteros. Prueba fehaciente es que resultó la ganadora en cinco ediciones durante los pasados noventa (de 1982 a 1986) del concurso anual organizado por El Morato; lo que le valió, además, el escudo de oro de la peña radicada en el Quemadero, en donde actualmente ejerce de docente en calidad de directora de su Escuela de Saeteros.

Dividido en dos partes, y teniendo a su vera a Antonio F. García, hoy prácticamente su guitarrista de cabecera y con quien solo con la mirada entiende, Antonia desgranó un intenso y exquisito repertorio: soleá, tarantas, cartagenera y levantica del Cojo de Málaga; milonga (dedicada a las madres, a todas la madres, presentes o no), bulerías; garrotín, tangos de Málaga y del Piyayo, colombianas (brindadas a su hija Rocío que ocupaba un sitio muy especial en la sede-cueva del Quemadero; el habitual de Antonio Segura, su padre, amigo y enorme aficionado), granaína y media o una magistral zambra popularizada por Manolo Caracol. Concentrada en todo momento (a la par que relajada), mientras que los olés espontáneos y la ovación cerrada ponía colofón a cada uno de los estilos abordados. Tal variedad de “palos” es muestra de su largueza estilística y la experiencia que proporciona los escenarios recorridos. La maqueta periodística no da para más, pero resisto a omitir tres hitos determinantes, a mi juicio, en su currículo profesional: la actuación en distintos Festivales Jondos capitalinos, su exitosa presentación en el “santuario” matritense del Colegio Mayor “San Juan Evangelista” (del que fue mentor nuestro admirado paisano Alejandro Reyes) o los dos circuitos provinciales organizados por Diputación en los que se anunció junto a Carmen Linares o Juanito Valderrama. Siempre acompañada de excelentes guitarristas: Juan Habichuela, José Luis Postigo, Paco Cortés o Niño de las Cuevas. Salud y suerte.

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