El ‘psicópata de El Zapillo’, el asesino en serie de Almería que sembró el pánico y cayó en el olvido

Una década de asesinatos sin resolver deja en Almería un rastro de miedo, diez víctimas y un asesino en serie que jamás llegó a tener nombre

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Una de las portadas publicadas por El Caso de 'El psicópata de El Zapillo' de Almería.
Una de las portadas publicadas por El Caso de 'El psicópata de El Zapillo' de Almería. / DDA

La provincia de Almería no olvida el periodo de terror que la asola entre 1989 y 1996, un lapso donde un asesino en serie, conocido con el temido apodo del ‘psicópata de El Zapillo’, ejecuta con precisión y brutalidad a diez mujeres, dejando la herida de la impunidad más profunda de la crónica negra local, ya que su rostro nunca es identificado ni condenado. Este depredador silente selecciona a sus víctimas entre mujeres jóvenes, muchas de ellas ligadas a la prostitución callejera de las zonas de El Zapillo y Pescadería, operando con una metódica violencia que genera un pánico que se extiende desde la comarca de Los Vélez hasta el Poniente, sin que la justicia logre detener su actividad y silenciar el miedo que se apodera de la sociedad almeriense.

El terror se instala en la geografía almeriense durante casi una década, desde el final de los ochenta hasta bien entrados los noventa, mientras el asesino en serie actúa sin descanso. La ciudadanía lo bautiza con dos nombres que evocan un terror ancestral: el ‘psicópata de El Zapillo’ o el ‘Jack el Destripador de Almería’.

Las víctimas son, de forma sistemática, mujeres jóvenes, casi siempre morenas y de baja estatura, cuya vulnerabilidad social facilita la acción de un agresor que opera con una precisión espeluznante. La gran mayoría ejerce la prostitución en el entorno del Zapillo, y su desaparición y posterior hallazgo confirman la amenaza.

Los investigadores, tanto de la Policía Nacional como de la Guardia Civil, observan de inmediato un cúmulo de coincidencias que no admiten la casualidad ni el error en la autoría. El modus operandi se repite de forma inalterable en todas las comarcas que visita el asesino.

Las muertes se producen siempre sin armas de fuego, recurriendo el agresor al estrangulamiento, la asfixia o los golpes. Los cuerpos de las jóvenes aparecen desnudos o con la ropa reducida a un único elemento, y son arrojados en lugares apartados, léjos de los núcleos habitados.

Este patrón de extrema violencia dota de una identidad sombría y real al criminal en la mente de los almerienses, que ven cómo la crónica negra local añade un capítulo escalofriante a su historia de crímenes.

Un verano marca el inicio de la pesadilla

El bautismo de fuego de esta figura ocurre en el verano de 1989, cuando la secuencia se inicia con una doble tragedia que desata las alarmas en toda la provincia. El 6 de agosto, María del Carmen Heredia, de 24 años, es hallada desnuda y estrangulada en un arcén de la N-342 en Vélez Rubio, a 150 kilómetros de su punto de trabajo.

Apenas tres semanas después, el 28 de agosto, María del Carmen Sandmeyer, de 20 años, aparece desnuda en los acantilados de Aguadulce, arrojada con un hematoma en el cuello. Este doble asesinato, con víctimas que provienen del Zapillo, confirma el peligro inminente y provoca una desbandada entre las mujeres que ejercen en la zona de la capital.

El apodo de ‘Jack el Destripador’ se consolida porque los crímenes de Almería se producen un siglo después de los asesinatos del infame homicida británico. La prensa y el entorno local encuentran paralelismos en la elección de víctimas vulnerables y en la extrema violencia utilizada.

La crueldad del ‘psicópata del Zapillo’ extiende su manto de sangre por la geografía almeriense. En Purchena, en la comarca del Almanzora, un pastor localiza en octubre de 1989 un cuerpo sin identificar, arrastrado por una riada, que solo viste unos zapatos rojos.

Más tarde, en 1991, la Charca de la Guarra en Punta Entinas (El Ejido) se convierte en otro punto negro con el hallazgo de otra víctima sin nombre que solo lleva el sujetador. Las investigaciones no logran cotejar los restos con el de la enfermera británica Alexandra Lily Lye ni con la joven almeriense Isabel Nieto.

El asesino repunta con fuerza en los noventa

La actividad del asesino repunta con fuerza a comienzos de los años noventa, con una escalada de la brutalidad que obliga a las autoridades a aceptar la existencia de un único agresor. María Jesús Muñoz “Tamara”, aparece desnuda y estrangulada en un talud de Almerimar, en pleno Poniente almeriense.

A su muerte le sigue la de María Leal en Aguadulce en 1993, encontrada embarazada y con fractura craneal, y Khadija Monsar en El Ejido, cuyo cuerpo aparece con la boca sellada con cinta aislante. El terror concluye su ciclo en 1995 con el asesinato de Aurora Amador en el trayecto Aguadulce-Almería, manteniendo hasta el final el mismo y despiadado modus operandi.

El perfil criminal que elaboran los investigadores apunta a un conductor nocturno, con profundos conocimientos de carreteras secundarias, posiblemente un profesional del transporte. Este hombre recoge a las jóvenes en el Zapillo o Pescadería, las somete, las estrangula dentro de su vehículo y luego se deshace de los cuerpos en zonas aisladas.

La falta de recursos en la época, unida a la escasa presión social sobre unos casos que se desinflan mediáticamente de forma rápida, provoca el enfriamiento de los expedientes. El posible asesino en serie más activo de la historia de Almería se desvanece en la impunidad, dejando una dolorosa incógnita que pervive hasta el día de hoy, sin que el criminal haya sido detenido ni condenado.

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