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La calle del Pez o “donde se hacía imposible la vida a las personas decentes”

Almería

A la calzada almeriense le cambiaron el nombre por Bordiú y fue adecentada, pavimentada e iluminada por el Ayuntamiento

La calle del Pez
José Manuel Bretones

Almería, 05 de febrero 2023 - 08:00

Está medio escondida. Sus metros se recorren en apenas unos segundos y, casi seguro, con el retumbar de tus únicos setenta pasos. No llega a ser una experiencia claustrofóbica, pero es tan estrecha que, si caminas por el centro y abres los brazos, casi arrancarás las conchas descascarilladas de algunas paredes. Y es que la calle Bordiú tiene más historia que presente. Se encuentra situada en un espacio estratégico de la Almería antigua: entre las calles Trajano y Guzmán.

En los años ochenta, muchos jóvenes la utilizaron para acceder rápido desde los bares de tapas a los de copas y viceversa. Ubicada frente al “Bar La Charka” y haciendo esquina con los pubes “Cafetín” y “Cartabón”, Bordiú sufría el mayor tránsito de peatones durante la madrugada. Eran quienes iban y venían del “Maravillas”, “Capitán Nemo”, “Stefany´s”, “Lauria”, “Serafino”, “Jayka”, “Jokey”, “Alameda”, “Zigurat”, “La Belle Epoque”, “Anagrama”, “Pub La Calle”, “Bugatti” o “Taberna El Salero”.

Calle Bordiú, antes calle del Pez

La vía peatonal servía, según las necesidades, de atajo, de escondite para parejas donde calmaban sus ardores corporales o de cloaca para vejigas incontinentes. Su ceñido tamaño ya fue cómplice, en tiempos atrás, de navajeros y tironeros que venían de otros lares, cuando no de depravados que esperaban escondidos como cobardes el transcurrir de las alumnas uniformadas de los colegios cercanos.

En cierta ocasión, a primeros de abril de 1979, la calle Bordiú fue escenario del intento de linchamiento a un abusador de menores por parte de una muchedumbre. El degenerado abordó a una chiquilla de 14 años que caminaba con sus libros y con el engaño de que era el vigilante de una tienda se sobrepasó. Cuando ésta llego a su casa, la familia salió en tromba en busca del corruptor, uniéndose en la batida más de medio centenar de vecinos y un inspector de la Policía que paseaba por la calle San Pedro. Dieron con el delincuente escondido en el rellano de una escalera privada de la calle Bordiú y a punto estuvieron de matarlo a palos. El agente lo detuvo, lo sacó de entre la turba y lo trasladó a comisaría en un coche patrulla. Luego se supo que decía que era delineante, tenía 29 años, estaba de vacaciones en Almería y procedía del País Vasco.

En los años ochenta, muchos jóvenes la utilizaron para acceder rápido desde los bares de tapas a los de copas y viceversa

Estrecha y de mal aspecto

La calle existe desde el antiquísimo diseño de la zona urbana colindante entre los conventos de los Dominicos y de San Francisco. Originariamente se denominó “Calle del Pez”, pero el Ayuntamiento bautizó la calzada como Bordiú en homenaje al político Cristóbal Bordiú y Góngora (1798-1872), que fue secretario de la junta de Fomento, diputado a Cortes en 1844, director general de Agricultura, Industria y Comercio en 1849 y ministro de la Gobernación.

La idea del cambio fue del concejal del Partido Maurista Antonio Villegas Murcia que, el 9 de diciembre de 1918, lo propuso en el pleno municipal sin aportar ningún nombre nuevo. A instancias del alcalde, Braulio Moreno Gallego (1948-1931), fue el cronista de la ciudad, Francisco Jover y Tovar (1855-1922) quien sugirió el de Bordiú y los ediles terminando aceptando.

Calle Bordiú

En el siglo XIX, allá por 1889, en la Calle del Pez existía una casa de lenocinio regentada por tres mujeres –Ana, María y Amalia- que se dedicaban con más ahínco al empeño de objetos robados que a facilitar relaciones amorosas clandestinas. En febrero de 1906 solo había tres casas habitadas, un número tan reducido que el concejal del Ayuntamiento Joaquín Laynez Manuel Leal de Ibarra (1859-1924) lo empleó como argumento para no adoquinar la calzada y emplear el dinero en otras vías. Además, en esas fechas estaba derribándose la vivienda que hacía esquina con la calle Trajano. No es de extrañar que, a principios del XX, los medios de comunicación definieran la calle como “estrecha y de mal aspecto y donde se hacía imposible la vida a las personas decentes”.

Aun así, el afamado callista y practicante José Gil Segura abrió en 1914 su consulta y sala de curas en el número 1, donde residió y continuó su hijo José Gil Sánchez. Los pacientes también podían acceder por la calle San Pedro, 7, ya que la casa tenía dos fachadas. Se definía como experto en “extirpación rápida de callos y toda clase de durezas”. Gil Segura era, además de ATS en el Hospital Provincial, secretario de la sociedad hídrica “Riegos y Saltos de Almería”, operativa en los años veinte.

A principios del siglo XX residían en la calle Gregorio Rodríguez, Rafael Espinosa Moreno, Miguel Villegas Rodríguez y Adela Giménez dueña desde 1905 a 1914 del restaurant situado en el Parque “El Transvaal”, nombre en honor de una provincia de Sudáfrica. Por cierto, tres de las especialidades culinarias de “El Transvaal” eran el “Vol au vent de liebre”, “jamón glacé con champignon” y “callos a la madrileña”.

En 1979, la calle fue escenario del intento de linchamiento a un abusador de menores por una turba de vecinos

En el número 5, Ramón Sánchez Blanes montó su oficina de representación del empresario de Águilas Juan Gray Wattson que, en agosto de 1923, construyó en Las Almadrabillas unos grandes almacenes de distribución de esparto. Del mismo modo, eran habituales en la zona los doctores Eusebio y José Joaquín Álvaro Iglesias, aunque la consulta de ambos tenía entrada por la calle San Pedro. El primer médico, traumatólogo desde 1966, y el segundo, especializado en lesiones deportivas; además, en los años ochenta ya practicaba el “squash”.

En la actualidad, la calle Bordiú mantiene el reducido número de viviendas –solo tres y alguna de 1940- y ha sido adecentada e iluminada por el Ayuntamiento. Ya no tiene sentido aquel comentario denigrante de hace cien años en la prensa. Un gran árbol nacido de un jardín interior abandonado convirtió un tramo en casi un túnel vegetal, rincón que era fotografiado por innumerables turistas que caminaban por allí, despistados, buscando el “CasaPuga”.

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