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La crisis no corta las alas a los pollos

Richard Fernández regenta un asadero que ya cuenta con 38 años de antigüedad, siendo el más veterano de la capital · El negocio ha pasado de padres a hijos, convirtiéndose en lugar emblemático

Richard Fernández junto a su madre Julia Andrés en Pollos San Juan, un local con casi cuarenta años de historia.
Berta F. Quintanilla / Almería

10 de noviembre 2011 - 01:00

Un pollo no puede volar. Y asado, menos. Pero ha regateado a la crisis con total maestría. Los asaderos se han convertido en lugares de salvación para aquellos que deciden darse un capricho los fines de semana o día laborable, que tampoco pasa nada.

Haciendo esquina con la avenida Cabo de Gata, atracado a comienzos de la calle Jaúl, está el local destinado a estos menesteres más antiguo de la capital. La primera vez que abrió sus puertas fue en el mes de mayo de 1962, que eso no se olvida. Pollos San Juan es un emblema, un santo y seña para los residentes en este lado de El Zapillo. "Fuimos pioneros, comenzó con la familia Asensio, concretamente José, que tras dos años de negocio decidió traspasarlo a mis padres", señala Richard Fernández, que cuenta ya con 23 años de experiencia en la venta de pollos. "Aunque eso es relativo, porque cuando era pequeño, ya me gustaba a mí venirme por el establecimiento".

Su madre, Julia Andrés, se coloca a su lado y sonríe asintiendo con la cabeza. Son muchos recuerdos. A estas alturas de la vida... ¿La crisis? "Bueno, pues claro que se nota, como en todos sitios, pero tenemos la gran suerte de contar con una clientela que nunca nos ha fallado, que ha mostrado siempre una alta confianza en nosotros y eso es digno de agradecer", asegura Fernández. Ha sido un crecimiento al alza. "Lo que pasa es que, como el resto del país, hemos notado el déficit que empezó en 2008, con una bajada en las ventas". Aunque no sea así, para el heredero de una tradición de polleros "son muchos los que siguen pensando que el pollo asao es un artículo de lujo". Pasan por su lado los vecinos en un ir y venir incesante de compras. Pan, leche, supermercado, algunos de ellos tiran del carrito de la compra. Casi todos le saludan, porque se conocen bien.

"He seguido la tradición familiar porque me gusta este trabajo, es gratificante saber que lo que hacemos cuenta con diversos reconocimientos no sólo en la capital o en la provincia, sino a nivel internacional". Todo va relacionado con el modo de asarlo, con el secreto. Pero, claro. Eso no se dice. "Hemos cambiado mucho desde el momento en que abrimos, lo que puede verse claramente en el sistema de asado. "Es el mismo, siempre he defendido lo tradicional, lo que tenemos ahora es igual a lo que se empleaba antes, sólo que más moderno, con sistema rotor. Y aquí está la calidad del producto que se ofrece", manifiesta. "Cuando mi madre cogió este negocio, las máquinas eran más sacrificadas. No tenían cristal y alcanzaban los 60 grados aquí dentro en los meses de verano".

Él era pequeño pero lo recuerda perfectamente. "Queríamos ir a la playa, pero mi madre estaba al frente del establecimiento, siempre había vecinos que se ofrecían a acompañarnos... y tenemos mucho que agradecerles". "Otras veces nos quedábamos por fuera descansando en los coches. Eran otros tiempos". Igual aparece algo de melancolía en sus palabras, pero mira hacia delante. El futuro es bastante prometedor. Sin embargo, hay cosas que no cambian. "El mayor número de personas llega los domingos, que tenemos colas enormes, los clientes habituales siguen estando ahí. Podrá haber muchos asadores pero nos conocen a nosotros, seguramente porque somos los más antiguos", dice Fernández.

¿Continuará la tradición? Es algo que no puede saberse. Quedan aún muchos años, pero no será por ganas. "Podemos hablar de que el negocio ha pasado de manos de mi madre a mí, pero claro, ya no sé qué pasará después", dice con una sonrisa. La misma con la que le regala un "hasta luego" a una mujer que pasea a un perro. "De esto vivimos mi mujer, mis hijos y yo", asegura. "Mientras la cosa vaya bien, y los años de experiencia nos avalan, no habrá problema". Los años no se notan en las miradas de los que gestionan el establecimiento. "Prefiero poco y contado que mucho y sobrado... prefiero una y mil veces los productos de alta calidad". Igual por eso se han mantenido tantos años en el mismo sitio, con el mismo nombre y la misma confianza.

Como cuando abrieron sus puertas en el año 1972, el producto estrella sigue siendo el pollo asado. "Aparte de eso también hemos tenido más variedad de carne... ahora trabajamos otras cosas como es el caso de croquetas y patatas". "No es por darme méritos pero están buenísimas. Quien la prueba nos lo dice". Y no le amilana la crisis. "Pese a lo que está pasando, pensamos seguir para delante con proyectos de ampliación, es fundamental no perder la fe en lo que uno quiere".

El asadero de pollos más antiguo de la capital cuenta con diferentes avales, y tanto Richard, "que no Ricardo", apunta, como su madre los tienen bastante claros. "Nos movemos por la alta calidad". Cada semana, mes o año suman experiencia en este establecimiento que abre sus puertas a su clientela con las mismas ganas de siempre y la necesidad de seguir mejorando.

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