Almería

Un cura para nueve iglesias

  • Eduardo Muñoz compagina su labor de secretario del obispo y profesor de teología con la administración de casi una decena de parroquias del Andarax

El cura cuenta con feligreses y monaguillos que le ayudan con las ceremonias en los nueve pueblos del Andarax

El cura cuenta con feligreses y monaguillos que le ayudan con las ceremonias en los nueve pueblos del Andarax / Javier Alonso

Un cura pluriempleado con miles de kilómetros a sus espaldas con el coche y su vocación de principales aliados. Un párroco en el asfalto, a toda velocidad, para cumplir con puntualidad con sus comunidades de feligreses en las parroquias que administra por encargo del obispo de Almería. Durante los últimos cinco años eran cinco, pero desde el verano son nueve porque está cubriendo la baja por enfermedad del anterior sacerdote. Eduardo Muñoz Jiménez, natural de Ávila con 47 años, atiende con la ayuda de un diácono y de los más fieles de cada lugar a los municipios de Rágol, Instinción, Íllar, Bentarique, Terque, Alhabia, Alsodux, Santa Cruz de Marchena y Alboloduy. Con sus misas, bautizos, comuniones, bodas y defunciones correspondientes, además de las romerías y procesiones que marca la tradición y fiestas patronales. El retroceso de las vocaciones obliga al pluriempleo, casi milagroso, de los curas que ya intuyen desde el seminario que es imprescindible el carné de conducir para llevar la fe allí donde los requieren a través de carreteras secundarias y sierras del ámbito rural. En el Valle del Andarax que hoy atiende Eduardo en solitario llegaron a ser tres los párrocos, dos para cinco pueblos del margen izquierdo del río y otro para los cuatro restantes. Y no es una excepción. Hay ejemplos por toda la provincia del sacrificio de los sacerdotes para poder hacer más con menos. En el municipio de Huércal-Overa y pedanías eran tres los párrocos y la demarcación hoy la cubre uno sólo. El Obispado busca fórmulas alternativas con las que compensar una pérdida de sotanas que no es reciente, si bien se ha agravado en la actualidad. En la Diócesis de Almería cada año se ordenan dos o tres sacerdotes, pero las bajas suelen ser más por la elevada edad del censo clerical. El apoyo de curas foráneos, ya sean de países de Sudamérica, África y Europa, también resulta fundamental. El párroco de Pulpí es de Ecuador y de Italia se vino el capellán del complejo hospitalario de Torrecárdenas.

Y el tercero de los remedios está en darle mayor protagonismo a los feligreses que asumen funciones en la acción de las parroquias y su administración económica y en las catequesis. A menos clero, más seglares. Lo que no resta ni un ápice de mérito a la estresante y ardua labor de curas como Eduardo Muñoz, que a la gestión de las nueve parroquias, con la ayuda de un joven diácono a punto de ordenarse, suma un listado de competencias tan significativas como la de profesor del Instituto Superior de Ciencias Religiosas patrocinado por la Universidad de Salamanca, Defensor del Vínculo del Tribunal Eclesiástico y secretario particular del obispo de Almería. Encargos que ya de por sí darían para cubrir una larga jornada laboral. Pero no. Tiene a los fieles de nueve pueblos del Valle del Andarax, la mayoría en serio retroceso poblacional y con muchos más sepelios cada año que bautizos y bodas, pendientes de su agenda porque no perdonan ni una misa. En vacaciones, cuando se las puede tomar normalmente de lunes a viernes, le reemplaza un amigo cura jubilado de Madrid y el pasado año contó con un sacerdote de Camerún. Los vecinos ironizan en las suplencias, sobre todo cuando vienen de otras latitudes: "Los curas están de Erasmus".

Guiado por su vocación y con una paciencia infinita, intenta no agobiarse en sus continuos viajes a las parroquias desde la capital, rezando para que no se acumulen las ceremonias y defunciones que pueden surgir en varios frentes el mismo día. Su residencia está en el Seminario Diocesano, del que fuera director espiritual durante más de una década. Son 19 años de sacerdocio, con un periodo de estudios de Derecho Canónico en Roma, y posterior escala en iglesias de los Filabres y en las de San José, la Isleta del Moro y Pozo de los Frailes. Está más que curtido en la vida de los pueblos, en los que conoce a todo el mundo, y en los trayectos al volante de su Wolkswagen Golf de color gris. Son más de 500 kilómetros semanales, en torno a unos 2.000 cada mes, y no pierde la sonrisa, ni la amabilidad, cuando sus feligreses le reclaman. En los trayectos lleva puesto el manos libres y de camino a las parroquias más de una vecina le telefonea para contarle sus problemas. Más allá de su labor pastoral, realiza una de psicólogo escuchando a los que lo necesitan, ayudando a sacar fuerza cuando no la hay e incluso mediando en conflictos de familias. Y saca tiempo, además, para visitar a los enfermos de los nueve municipios y las dos residencias de ancianos de la zona, la de Terque e Íllar, así como para ayudar a los grupos locales de Cáritas en su recolecta de alimentos no perecederos y de ropa.

La intensidad de su agenda hace indispensable para el ejercicio de su acción evangélica el respaldo de grupos de devotos en cada parroquia. Los monaguillos, que sobreviven a duras penas con la incorporación de algunas niñas como en Alboloduy, ayudan en la celebración de los cultos, pero en la gestión diaria de cada iglesia es fundamental el apoyo de hombres y mujeres que se vuelcan en sus tareas. Son los que tienen todo preparado para que la misa se desarrolle con puntualidad. Los que más hacen para la captación de ingresos para la parroquia y otras causas solidarias e incluso en la organización de los grupos de catequesis. Y no escatiman en ofrendas al cura, en esta comarca sobre todo las naranjas y galletas, y suelen ser los que más insisten para que se quede a comer en familia evitando así los eternos traslados. Hacen todo lo posible por contribuir a la supervivencia de la iglesia en sus municipios, en tiempos en los que escasean las ordenaciones sacerdotales. En la mayoría de pueblos, pese al éxodo de los vecinos a los grandes núcleos del litoral, se mantiene la asistencia a las misas. Vuelven cada fin de semana y no se olvidan de ni un sólo culto ni otras citas como romerías y procesiones salvo causa mayor. Localidades en las que hace la comunión sólo un niño como en Terque, en las que llevan años sin inscribir un sólo muerto o nacimiento en los libros de la iglesia como Alsodux, en las que las cinco es tardísimo y la misa es a las cuatro como Rágol y en las que la última boda se celebró en 2013 como Bentarique. Pero este año tendrán tres, insiste el párroco con vehemencia. Son los brotes verdes religiosos. En Instinción el año pasado se oficiaron diecisiete funerales, tres bautizos y ninguna boda. Pese a la baja actividad de los sacramentos más allá de la eucaristía ordinaria, el cura es una persona indispensable en el día a día de estos pueblos. Y en la conservación de su patrimonio histórico. El párroco ha hecho posible en los últimos años la reforma y mejora de buena parte de las iglesias y ermitas de la comarca. Los que no se cubren con los fondos del acuerdo del Obispado y la Diputación, los ha tenido que conseguir Eduardo de sus vecinos con un padrón marcado por las bajas pensiones y el poco margen de donativo. Son sólo algunas de las múltiples historias de un laborioso apostolado del siglo XXI en la provincia. 

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios