El dilema de dejar una propina
Sociedad
¿Se dan por obligación, por costumbre o para recompensar un buen servicio? En Almería será más bien en el último caso
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Dejar o no dejar propina. He aquí el dilema. Podemos entrar en uno de los muchos y buenos locales de restauración que hay en esta Almería nuestra, ya sean los bares clásicos de tapeo y buenas raciones, ya sean los novedosos gastrobares, ya sea una cafetería donde los opíparos desayunos son famosos y sus meriendas con bollería y pastelería local exquisitas. Hemos terminado. Llega el momento de abonar la cuenta… y empieza el problema. La hora de pagar la cuenta provoca irremediablemente una ola de interminables preguntas: ¿Dejar o no dejar propina? ¿Cuánto y de qué manera? Un mar de dudas amenaza con arruinarnos la digestión. Un sin fin de interrogantes nos hacen olvidar lo degustado con tanta satisfacción. ¿La propina se da por obligación, por costumbre o para recompensar un buen servicio? Personalmente soy partidario de dejarla solo en este último caso. Una gratificación a alguien que nos ha tratado con amabilidad y sobre todo, profesionalidad. Si la atención ha sido mala, distante y con frialdad no hay necesidad de dejarla. Incluso es una buena forma de decirle a la persona que nos ha atendido que no nos ha gustado su actitud.
La propina para el cliente no es una obligación legal y tampoco moral, es más una obligación social. En esta época de Navidad, las comidas de amigos o de empresa, a lo largo del año, las comidas de trabajo o las familiares celebrando alguna efeméride, son las que más llenan el “bote” de los restaurantes. En cambio, en la barra de esos mismos lugares, por el contrario, los agradecimientos monetarios suelen ser más escasos. Dicen algunos amigos hosteleros que los autóctonos, en particular, y en general los españoles son cada vez más rácanos con las propinas. Tal vez porque pensamos que los trabajadores de hostelería están mejor pagados que en otros tiempos. Si preguntamos a un variado número de profesionales camareros o personal de sala, o camareros de terrazas, no es así. Según estas opiniones, bajos sueldos y contratos precarios de pocas horas firmadas y muchas de trabajo. También puede, y esto es una realidad, cada vez llevamos menos dinero en efectivo en los bolsillos, reemplazado por otros métodos de pago. La costumbre de la propina se está perdiendo no por tacañería de todos nosotros usuarios y compradores, sino por las nuevas técnicas de pago. El mayor enemigo de la propina es el TPV, el terminal punto de venta, ese aparatito que nos traen a la mesa junto con factura o nos lo presentan en la barra. Como no lleves dinero suelto encima, cosa que cada día se está poniendo más difícil y es más rara, no hay forma de dejar propina. Y lo mismo que con la tarjeta de crédito con su soporte TPV ocurre con el Bizum del teléfono móvil, con el que cada vez se pagan más cosas. Y parece, pero no es así, que todo está como conjurado para no llevar efectivo (monedas, principalmente) y así ya me contarán cómo dejamos propina, por muchos méritos profesionales se la merezca quien nos ha servido. Para información general, Bizum es propiedad de más de una veintena de grandes bancos españoles y su objetivo de desbancar a las monedas demuestra que estas entidades son las más beneficiadas por la digitalización y el personal de los establecimientos los más perjudicados.
Debemos recordar que la propina en nuestro país, como la tenemos concebida, no es un sobresueldo del dilecto camarero al que estamos obligados a contribuir, ni una dádiva generosa con la que demostremos nuestra evidente superioridad (aunque para algún conocido sea su común denominador) pecuniaria o moral. Una propina forzada o una propina entregada con ostentación no es una buena propina. Se trata de un acto de cortesía con el que manifestamos nuestro grado de satisfacción por el servicio recibido. “El concepto de propina debe llevar implícito la voluntariedad de quien la da y no puede convertirse en algo obligatorio”, una de las conclusiones a lo que se llegó en la tertulia en la que participo.
Generalmente, esta pequeña remuneración voluntaria, llamada propina, está relacionada con aquellos servicios en los que el trato con el cliente es muy personal, sujeto como es lógico, a muchas vicisitudes. Nada que ver, por tanto, con la “mordida” (palabro muy en boga en estos tiempos convulsos entre políticos de baja estopa) que a uno le arranca el aparcacoches (también llamado “gorrilla”) con la pretensión de proteger el coche de vándalos, maleantes y chorizos, en la absoluta seguridad de que, si no contribuye “con este impuesto revolucionario”, alguno se fijara en el coche, siendo en algún caso conocido el propio gorrilla el chorizo esperado.
La propina en el resto del mundo
Casi todas las guías de viajes incluyen un apartado sobre las propinas con conviene consultar entes del viaje para no cometer errores de bulto. Internet, a través de los foros viajeros y de webs, es una muy buena forma de información. Las diferencias pueden ser abismales entre uno y otro país. Así, mientras en los países Balticos y Japón dejar propina es una costumbre muy poco extendida, en otros, como Marruecos, Egipto o la India, nos la pedirán hasta por “dar la hora”. Antes de viajar a Egipto es imprescindible familiarizarse con la palabra “backsheesh”, regalo o propina en árabe, que oirá a todas las horas y que abarca desde dar algunas monedas por un pequeño servicio, hasta saltarse ciertas normas, como acceder a los recintos arqueológicos fuera de hora. Es parte importante y lo mismo ocurre en los cruceros por el Nilo. Tras la revolución cubana, Fidel Castro prohibió las propinas, considerándolas un insulto a la dignidad de los trabajadores. Inmediatamente, los geniales cubanos colocaron recipientes con la palabra “insulto”. En Estados Unidos las propinas o “tips” son las bases del salario de los trabajadores de hostelería, y obligatoria, al igual que ocurre con los amarillos taxis. Aunque no es una obligación, en el Reino Unido se considera de buen tono dejar una pequeña cantidad. En casi toda Europa, la propina es solo una muestra de satisfacción por un buen servicio.
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