Los fabulosos menús de Navidad del Restaurante Imperial

Almería

El restaurante de la Puerta de Purchena mostraba en un escaparate su pantagruélica oferta gastronómica con productos de primerísima calidad

La barra del Imperial / Francisco Morales
José Manuel Bretones

Almería, 17 de diciembre 2023 - 08:00

Hace casi un siglo, en 1927, el “Imperial” de la Puerta de Purchena anunciaba en la prensa de la época sus manjares y bebidas, disponibles desde las cinco de la mañana: “desayunos con tostadas, bollos de almendra, bizcochos y churros, café a todas horas, tapas calientes, cerveza y refrescos helados”. El menú costaba 6 pesetas. Su dueño era Juan López Fernández, pero en 1935 Nicolás Castillo Marcos (1900-1980) ya gestionaba el local al obtener su traspaso. Su ímpetu comercial impulsó y acrecentó la fama del establecimiento durante la postguerra.

En los años cuarenta ya se organizaban allí comidas institucionales y los ágapes de entidades gremiales como la Asociación de la Prensa. Aquel bar estaba y era el corazón de la ciudad; se tapeaba, se bebía, había peñas taurinas, de tertulias futbolísticas, de clientes para la Lotería de Navidad (que jugaban desde los años treinta el número 12.912) y de quinielas, como los catorce que acertó uno de sus empleados, Juan Fernández Yebra, y cobró 4.227´20 pesetas.

El Imperial, en los años 50 / Francisco Morales
El Imperial, en los años 50 / Francisco Morales

En los cincuenta, Nicolás Castillo y su hermano Cristóbal (09/03/1914-2008) reformaron por completo el local. Abrieron nuevos y modernos salones, instalaron cámaras frigoríficas de la empresa andaluza “Viuda de Alejandro Braun” y una gran cristalera con vistas a la Puerta de Purchena. Ahí comenzó a consolidarse la merecida fama del negocio, que pasó a definirse como “bar-restaurante”. Ofrecían productos exclusivos, como los bombones helados “Ilsa-Frigo” o vino “Alvear”, y la calidad de sus platos traían a parroquianos y visitantes.

Y a mitad el siglo XX fue cuando el Imperial comenzó a fichar a grandes profesionales de los fogones y de la hostelería: cocineros, camareros y personal de apoyo que se convirtieron en casi de la familia: Antonio Hernández Almansa (1929-2021), Rodrigo, Francisco Morales Rodríguez (1936-1996), que nació en Albondón y venía de “La Granja Balear”, Juan Morillas “El de la Benita”, o De Las Heras.

Anuncio nochevieja 1955 / D.A.

JAMONES COLGADOS

La pared de detrás de la barra estaba repleta de estanterías llenas de botellas caras de vino, licor y champán. Había un gran anuncio de Osborne que brillaba al reflejar las luces del local y su parte alta tenía grabado el escudo de la ciudad. De los rieles de hierro de lado a lado de la barra colgaban jamones, larguísimas tripas de salchichón, chorizo y otros derivados porcinos. Había una imagen de la Patrona, la Virgen del Mar, con dos candelabros a cada lado y, enmarcado, un póster turístico de La Alcazaba. A un lado, la enorme y maciza caja registradora de botones durísimos, siempre escoltada por un empleado con uniforme. Allí trabajaron camareros eternos, como Pancho Rodríguez Cruz (02/04/1932), José Sánchez Madolell (1913-1969), o Ginés Fernández “Ginesillo”. En los últimos años de existencia, la cocina también era cosa de Rafael Moreno, Javier González, Paco Martínez o Luis González. Antonio Arias andaba por la barra y las mesas.

La profesionalidad del personal y las ganas de innovar de Nicolás Castillo llevó al Imperial a bautizar a sus sabrosos platos navideños con nombres sugerentes. No en vano, era muy amigo del dueño del histórico y exclusivo restaurante “Lhardy” de Madrid donde la “jet set” de la época celebraba sus almuerzos y cenas. Hoy, se conservan algunas de las minutas diseñadas por los hermanos Castillo gracias a Francisco Morales Sánchez (1968), propietario del “Entrefinos”, e hijo del que fuera responsable de cocina del Imperial.

Ofrecía faisanes, caviar, pavos, anchoas, corderos, cochinillos, rodaballos, patos, capones, gambas, calamares rellenos, langostas… para que el cliente se los llevara a su casa
El bufet de Navidad de 1971 / Francisco Morales

Almuerzo desde 30 pesetas

El maestro de cocina Morales con Rodrigo / Francisco Morales

En los años cincuenta, había varias propuestas de menús, según el salón que eligiera el cliente. A mayor lujo, platos más opíparos. Así, existían propuestas para el almuerzo desde 30 pesetas, que contemplaban entremeses, dos platos y postre con suculentos centros de merluza a la madrileña o ternera mechada. La propuesta más cara era de 50 pesetas, con una minuta de entremeses variados de fiambres, huevos al plato buena mujer, tortilla a la turca, huevos fritos con jamón, parrillada mixta con patatas paja y tomates al horno y Chateaubriand a la parrilla con patatas souflé. Las cenas valían diez duros y constaban de consomé de ave en taza o crema solferino, lenguado a la meunière, timbal de langostinos Cardinal, capón en cazuela mascota, jamón de york asado a la madera o melocotón Melba.

Los alimentos eran de primerísima calidad; algunos comprados fuera de Almería, pero la mayoría en La Plaza. La carne la adquirían en el puesto de Miguel Martín García y Dolores Borbalán y, en ocasiones, el faisán, el pavo o los pollos camperos llegaban vivos al Imperial y pasaban a manos del matarife apodado “El Pirulo”. Nada extraño porque media Almería cebaba en los terraos conejos y gallinas y los mataban para Navidad.

Las propuestas culinarias de Navidad eran opíparas; pantagruélicas. Y así siguieron siendo en los años setenta. La cena de Nochevieja de 1975 costaba 700 pesetas por persona y la minuta estaba compuesta por frivolidades parisinas, foie-grass en claras de huevo, canapé de paté de gambas, barquitas de queso alemán, gelatinas de caviar, consomé Brunoise de ave; medallones de merluza con puré duquesa, fricandó de ternera jardinera y pudin de café.

En 1978, los propietarios acometieron otra gran renovación del negocio. Cerraron al público durante varios días, pero confiaron la reforma a empresas y profesionales de prestigio: “Construcciones Rafael Sánchez”; “Frío Industrial”, “Wet”; “Carpintería López Mercader”; “Tafersa”, “Sur Neón”; “La Veneciana” o el técnico en electricidad José Serrano Gómez. Los salones estuvieron a punto para los menús y el bufé de esa Navidad: caviar rojo y negro, cornetes al caramelo con huevo hilado, tartaletas americanas, consomé trefilet, salpicón de mariscos, jamón braseado al Oporto y peras San Silvestre.

Antiguo letrero del Imperial / D.A.

Exquisiteces

Minuta en Nochevieja de 1975 / Francisco Morales

Las Nocheviejas de principios de ochenta también se celebraron en el Imperial con unos menús fantásticos; cada año, en la minuta había platos y propuestas culinarias nuevas: paté de anchoas en hojaldre, rodaballo al hinojo, arroz pilaf, escalopines de ternera granadina, cochinillo asado a la castellana, colas de langostinos, costilla de ternera lechal, langosta al vapor, puré duquesa, pato a la naranja, pero el pavo trufado era un clásico. Además, el bufé del escaparate era cada vez más sugerente.

Era un espectáculo exhibir aquellas exquisiteces. En 1984 llegó a tener dos docenas de platos distintos: ostras, langostas, bogavantes, angulas de Aguinaga, gambas roja y blanca, calamares rellenos, capones, corderos y pavos asados, lomo de cerdo a la naranja, cochinillo a la castellana, trufado de cerdo, jamón al Jerez, codornices en escabeche, faisán, perdices estofadas y en escabeche… El empleado Vidal Pascual se encargaba de preparar los encargos en un mostrador temporal, junto a una gran báscula.

El Imperial cerró un poco antes de que lo hiciera el siglo XX. Sobre 1997, las puertas del emblemático bar-restaurante se clausuraron para siempre. En la memoria quedan aquellos menús, esos fantásticos bufes y el enorme escaparate poblado de manjares con los que se nos hacía la boca agua.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último