El chef de los hombres más poderosos del mundo cambia caviar por tapas de Almería

Alain Timbault es un afamado cocinero francés que ha elegido Castell del Rey para disfrutar de su jubilación. Sus platos los han saboreado Reagan, Rockefeller o Sinatra

Thimbault muestra el álbum con fotos de algunos de los platos que elaboraba.
María Victoria Revilla / Almería

27 de diciembre 2010 - 01:00

La cocina que tiene Alain Thimbault en su vivienda de Castell del Rey no saldría publicada en una revista de muebles de diseño. Podría describirse como una cocina corriente, como las que hay en la mayoría de las casas, pequeña y sin grandes artilugios. Muy diferente a los 'centros de trabajo' en los que este chef francés, ya jubilado, ha preparado grandes cenas para tres ex presidentes de Estados Unidos, Richard Nixon, Gerald Ford y Ronald Reagan; cantantes y actores de la talla de Fran Sinatra, Bob Hope y Kirk Douglas; o multimillonarios como Nelson Rockefeller y Firestone.

Su carta de presentación es impresionante: un amplio álbum donde figuran las firmas de las personas más ricas y poderosas de toda Europa y América con felicitaciones por las delicias elaboradas por Thimbault. Es la compilación de una larga carrera de 45 años que terminó hace diez con una jubilación con Almería como el lugar perfecto para descansar y disfrutar de sus amistades y de la dieta mediterránea. "No como caviar todos los días -dice riendo-, me gustan los productos que encuentro aquí, el jamón, los tomates, las legumbres... No es necesario hacer grandes cosas, me gusta más ir de tapas que hacer algo en mi casa".

Ahora la que cocina es su mujer, Pilar Sainz, pero desde que tenía 13 años su vida ha estado ligada a los fogones. Comenzó siendo un niño en el obrador de su tío, un reconocido pastelero de Orleans. "Era de la vieja escuela, de trabajar, trabajar y trabajar..., no había vida familiar". Su sueldo, un euro pelado al mes. "Ahora la gente estudia y los padres te dan el coche y hasta la novia, pero no saben disfrutar de lo que tienen. Antes te tenías que ganarte las cosas a pulso sin miedo a trabajar".

Thimbault recuerda lo "duro" que es para un niño de 13 años enfrentarse al mundo adulto, aunque las envidias y las zancadillas no apagaron la inquietud de conocimiento y el afán de mejorar de este francés. Volvió a hacer las maletas a los 16 años con los secretos de la alta repostería guardados en ella. Trabajó en el "mejor restaurante de Suiza" donde aprendió la cocina y, al cumplir ya la mayoría de edad, era uno de los chef más renombrados de París. Guarda en su álbum las cartas del Hotel Ritz.

Muchos se hubieran conformado con llegar hasta aquí. Incluso Thimbault, si no hubiera sido por su espíritu aventurero y porque, como reconoce, el trabajo en restaurantes no le satisfacía. "Decidí cambiar de fórmula, trabajar en casas privadas con gente educada, con clase, donde te dan carta blanca y te permiten sacar lo mejor de ti mismo. Es otro mundo en el que se trabaja con corbata".

No le amedrentó perder lo conseguido al cambiar ya no de país, sino de continente. "Mi padre -explica- participó en la resistencia francesa y viajaba mucho, yo desde que tenía un año he estado siempre moviéndome de un sitio a otro." Su paso por la cocina de las Embajadas americana y canadiense en París le otorgaron pasaporte directo a las mansiones de los multimillonarios norteamericanos. "Hay ricos y supe rricos. Yo trabajé con estos últimos", dice ampliando de lado a lado su sonrisa.

Entre ellos, el embajador de Estados Unidos en Londres, Walter Anneenberg, propietario de la principal guía de televisión norteamericana, TV Guide, que amasaba una fortuna en 1984 de más de 800 millones de dólares. Su mansión en Palms Springs disponía de "800 hectáreas de oro, algo increíble", describe Thimbault.

En pleno desierto californiano, la mansión contaba con trece lagos artificiales y campo de golf. Al cuidado de los jardines había una legión de 55 jardineros, mientras que 15 personas atendían la casa, más cuatro cocineros que se multiplicaban hasta 20 cuando había invitados, más otra veintena de ayudantes. "La cocina era tan grande como mi casa", cuenta Thimbault, que reconoce que la "presión era tremenda" con cenas de hasta más de un centenar de comensales. Máxime cuando entre ellos se encuentra el propio presidente de Estados Unidos.

Anneenberg era republicano comprometido y sus aportaciones económicas encumbraron a varios candidatos a la Presidencia. Fue en esta casa donde comieron Ford, Nixon y Reagan, o donde se refugió el antiguo Sha de Persia Reza Palhevi, cuando tuvo que huir tras la revolución de Jomeini.

Eran más que simples cenas. Constituían reuniones en las que saldrían acuerdos que marcarían el futuro y dependía en buena medida de la satisfacción de los estómagos. "No se pueden tener fallos, es una presión enorme. Hay que vivirlo. Un día tuve una cena de 110 invitados. Al terminar, me llamaron y todos se levantaron a aplaudirme. Aquello me desbordó".

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