La infancia ya no es una época dorada, el estrés llega a causar parálisis faciales

Factores como la pérdida de seres queridos o la adaptación a la escuela causan problemas en la estabilidad de los niños

Pilar Gea, pediatra de la Unidad de Gestión Clínica Plaza de Toros.
Virginia Hernández / Almería

17 de agosto 2010 - 01:00

Decir que la infancia es la época de la despreocupación por antonomasia está cada vez más lejos de la realidad. De un tiempo a esta parte, consultas como la de la pediatra de la Unidad de Gestión Clínica del centro de salud Plaza de Toros, Pilar Gea Velázquez de Castro, atienden a menores "angustiados y con reacciones negativas" que les acarrean reacciones de diversa índole, hasta tal punto que se pueden llegar a dar casos de "parálisis faciales, en los casos más importantes, o problemas de alopecia areata".

Mucha gente piensa que los niños no están estresados, y se trata de un mito, "no siempre es la mejor época de la vida". Cualquier acontecimiento, por nimio que pueda parecerle a un adulto, puede representar un obstáculo insalvable para un menor, ya que en épocas tempranas "están en continuo crecimiento" y sometidos a un "ambiente estimulante que lo anima a realizar conductas nuevas" y desconocidas para él. Afrontarlas o no con éxito supone que se derive en problemas mayores.

Los elementos estresores varían según el momento de desarrollo, el temperamento y el sexo de cada individuo. Por ejemplo, "los varones están más predispuestos a estresarse que las niñas".

En los dos o tres primeros años de vida la ansiedad viene originada por la pérdida del vínculo con los progenitores; en la etapa escolar, sufren el cambio del ingreso educativo, los cambios de profesor o los suspensos. De igual modo, influyen la pérdida de seres queridos, verse diferentes respecto a sus iguales, quedarse solos o la pérdida de cosas, entre otros. Los más grandes, los adolescentes, adolecen de los cambios en las relaciones interpersonales y del paso de la educación primaria a la secundaria, "especialmente desde que entran antes al instituto" tras el cambio educativo.

Las consecuencias de todo ello son variadas. La respuesta de estrés origina en los más pequeños "cambios de conducta que pueden ir desde un extremo pasivo a otro muy activo" y que dependen de la percepción y los recursos que tenga el niño para afrontarlo.

Algunos responden con falta de autoconfianza, poca participación en actividades y dificultad para aceptar las críticas. Otros elaboran respuestas de hipersensibilidad o incluso conductas pasivo-agresivas que los puede llevar al fracaso académico, y en el extremo se encuentran aquellos que se vuelven "exigentes, desafiantes, con temperamento explosivo o descuidados en el colegio".

Según Gea, los padres deben tener presente que puede ocurrir que los niños estén estresados y no lo manifiesten, "somos los adultos los que tenemos que sospecharlo" y actuar en consecuencia, transmitiéndoles seguridad y tranquilidad, o solicitando ayuda a los expertos para poder ayudarlos a superar los conflictos.

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