Jesús de Perceval y su nombre de artista
Cuenta y Razón
En la Almería de principios del siglo XX la tierra de Almería vio nacer a uno de sus máximos representantes de la pintura
Y en Almería: de la gloria al cementerio
Almería, plaza de San Pedro y una tarde cualquiera de 1927 ó 28. Chiquillería, pelotas, cantos, gritos y carreras… cuando un grupo de niños, simulando pelear, desvían un empujón que tira a la fuente al guardia que con la voz pasada por agua insulta y amenaza a aquella cuadrilla en fuga. Las pesquisas llegan a la farmacia de El Globo, Real con Floridablanca, y su mancebo confirma que entre los que corrían estaba Jesús el de los Percevales. En su casa le dieron de lo lindo y le quitaron la libertad y cuando a los pocos días la recobró, era ver una gorra de plato y huir de ella como de la vara verde…
Aquel ayudante del boticario era el progenitor de un niño formalito que, andando el tiempo, se inclinaría por la fe y el ayer y cura e historiador fue de Almería con el nombre de padre Tapia. Hacía sus interpretaciones de nuestro pasado y ahí que le salía Perceval -yo creo que por el remojón del guardia- a rebatir con una ironía cercana al pitorreo. Y, claro, el hombre se vengaba: si le aparecía en un documento algún caballero, como el alguacil mayor perpetuo de Almería, José Puche y Perceval, lo llevaba a imprenta como José Puche y “Carvajal”... El hacerlo desaparecer por sustitución aliviaba al cura mientras a nuestro artista le traía fresco.
O le divertía por ser un chimchar que le venía de muy lejos: si ustedes bucean en los archivos hallarán, como hallé yo, a Pedro Perceval llegado a finales del siglo XV a la ciudad de Almería en donde residió toda su vida hasta que testó en Benahadux en 1522 para morir al poco. Ya a finales del siglo XVI y por razón de mayorazgo, el apellido, que siguió siendo Perceval para todo el mundo, se convirtió en Pérez de Perceval para los documentos. En tiempos del artista vi a algunos bordes hacer una bromita que yo creí apoyada en la longitud, cuando lo estaba en la envidia y en una ley nueva, con las que ellos, que se reían de los largos apellidos, hicieron a los suyos apellidos largos, uniendo el del padre con el de la madre… y hasta con el de una marca comercial.
El apellido no nos pertenece, es un depósito que se hereda para transmitirlo con la sangre y en esto, amigo, no hay croquetas más buenas que las de nuestra madre, ni genes mejores que los de nuestros abuelos. Por eso está muy feo hacer bromas con ellos: ni tontas, como las de Tapia, ni malas como las de Martín del Rey, azote de nuestro archivo, disfrazado de archivero. Pero no van los tiros por esas miserias sino por la maldad del Tío Borde, famoso matador político social, de personas y famas de valor por razones espurias. Las convierte en nada borrando el nombre, o le da otros, de insulto, como rata o cucaracha. Así, la rebaja de la víctima, le pone más fácil el dar el puñetazo, el palo o el pisotón cuando no la puntilla, sin reparo alguno…
El anuncio de Dolores Flores y Manuel Ortega, al cante y al baile, y José Fernández a la guitarra, no llenaría ni media fila del Apolo, cuando hubiera colgado el “no hay entradas" con solo presentarlos por sus nombres de artistas: Lola Flores y El Caracol, y el maestro Richoly. Pero este Tío Borde, envidioso y eterno, que quiere el teatro vacío, es el mismo que ahora quiere quitar a Perceval su nombre de artista para endilgarle uno nuevo, el de Jesús Pérez de Perceval y del Moral, el oficial, como si la creación fuera cosa de archivos. Y por él fingirá una gran preocupación: que si Pérez, que si de, que si Perceval es con v o con borderías, con las que celebrará el desprecio hecho a su nombre y a su obra, mientras él se emboba con la de los falsos valores.
Con el de su nombre artístico, comienza el robo de su obra a través de triquiñuelas tales como clasificar la suya con la frase “Obra del taller de…”, una expresión que se emplea cuando solo hay cercanía al maestro. Pero aún sabiéndolo, un dique estudioso del Arte, sobrino del Tío Borde, se ha plantado ante la capilla mayor de la Virgen del Mar, y usa la frasecita, cuando es obra entera de Perceval realizada con obreros de su taller. Que La Pietá es de Miguel Ángel, y no de su “taller”, por mucho que en aquel bloque trabajaran picadores, canteros y hasta los boyeros del mármol.
Ante la presencia de tanta bordería, hacen falta letreros informantes de las esculturas y retablos de Jesús de Perceval en la Catedral, Santiago, San Sebastián, Compañía de María, San Roque… Y sobra en los Jesuítas, donde un amigo del Tío Borde arrancó el retablo mayor, obra de nuestro artista, para darle a la vieja iglesia de San Pedro un frío aire de capilla del tanatorio… Y sobra medio letrero en la fuente de los Peces que el mismo Tío la atribuye en parte a Langle, sin importarle que el propio arquitecto la reconociera como obra exclusiva de Perceval. No se hace esto con un hijo predilecto de la ciudad. Ni se le hurta su monumento aprobado en 1992…
Ni la Diputación, su secadora, debió encomendar la biografía de Perceval a Kayros, íntimo amigo del Tío Borde, para que hiciera algo agrio… como si dejaran contar al malo la vida del bueno. Un disparate que ayuda a comprender que un edificio como el Hospital haya sido restaurado con muchísimo dinero almeriense, para darlo al Museo que dicen del Realismo, abierto para gloria de su inventor y que admite artistas con la sola condición de ser forastero, mientras a nuestro pintor lo relega y manda a Paseo, al chalet que han llamado “museo de doña Pakyta”, así, familiar, pequeño… para alejarlo del grande. Como si no fuera Perceval el pintor premiado en la exposición de París de 1937, la del Guernica de Picasso, ni el autor de Los Inocentes, ni el creador del Indalo y lo Indaliano…
Si tildan de lo que tildan al que asó la manteca, cabe preguntar cómo habrá de tildarse al que, tras derretir, la tira por el sumidero, que eso es lo que están haciendo con el mejor de sus artistas los políticos almerienses. A ellos les exijo que dejen de guiarse por las maldades del Tío Borde y los suyos y de una vez por todas respeten al Jesús Pérez de Perceval y del Moral que un día decidió llamarse Jesús de Perceval para orgullo de Almería.
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