La leyenda de la historia renovada

Gran afluencia de gente a un desfile que consiguió deslumbrar a los presentes debido a la calidad de los atuendos · Las mujeres participaron con el traje típico de la localidad, abriendo la comitiva

Los jóvenes valores de la fiesta, un niño posa junto a un grupo de niñas ataviadas con trajes típicos.
Ricardo Alba / Mojácar

22 de junio 2009 - 01:00

Anteayer sábado, tras el desembarco moro en la playa, Alá de un lado y Dios del otro abrieron a la par las compuertas del Paraíso y del Edén y cayeron los restos del diluvio universal sobre Mojácar, la Mojácar cristiana y mora metida de lleno en fiestas previas al gran desfile de ayer domingo. Los cuarteles y las kábilas hicieron de paraguas bajo el que se refugiaron todos los sorprendidos por el aguacero.

Los expertos en esto del desfile de Moros y Cristianos de Mojácar, habían aparcado su vehículos al filo del mediodía de ayer, del mismo modo que colocaban estratégicamente las sillas para contemplar el desfile con toda comodidad y sin perder detalle. Desde mucho antes, las calles del recorrido oficial estaban ya repletas de gente expectante.

No cabía un alfiler, tal era el gentío y, sin embargo, nada sucedió fuera de lo normal. La labor de la Policía Local de Mojácar reforzada con la Níjar, más Cruz Roja y Protección Civil fue, como todos los años, impecable. Los sonidos de la primera banda de música bajaban por la calle del Alcalde Jacinto para desembocar en la Plaza Nueva. La estatua levantada en honor a la mujer mojaquera, frente a la farmacia y ante la puerta de la iglesia, era testigo invariable del desfile. Las cámaras fotográficas echaban humo, lo mismo que las palmas de las manos de tanto aplauso a cada evolución de las comparsas. Por momentos, brotaba el embrujo moruno de cuando las calles de Mojácar eran un ir y venir de chilabas, turbantes y velos.

Una y otra vez, incansablemente, Paquito, el Chocolatero ¡eh, eh, eh! era coreado, bailado, por la multitud que tenía ganas de fiesta, de baile, de diversión. Cada Agrupación se lucía en la Plaza Nueva: danza del vientre, cruces y cambios en la cadencia de los pasos, marcha con parada en las curvas, alardes todos ellos para estimular el aplauso, para provocar desafíos a las otras agrupaciones, para dar el espectáculo colorista, efectista y festivo, de un desfile de Moros y Cristianos que este año ha cumplido los veintiún años desde que a un grupo de mojaqueros con Carlos Cervantes al frente les diera por resucitar una tradición muy arraigada en diversos municipios del Mediterráneo.

Este año le correspondía la Capitanía cristiana a Los Templarios, en tanto que Los Cisneros fueron los que abrieron el desfile seguidos de Los Bandoleros, mientras que la Capitanía mora era ostentada por la Agrupación Aljama Mudéjar a la que precedían en la marcha del desfile Moriscos y Moros Viejos.

Aires renovados en las galas de unos y otros en una competencia sana de colorido y vistosidad. Este año, como nunca, la tradición en el vestuario se ha unido a las nuevas tendencias sin perder un ápice de raigambre.

Un desfile inolvidable que volvió a repasar los anales de una historia que consiguió emocionar a los presentes, tanto jóvenes como veteranos.

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