Los mecanismos de defensa: cómo la mente intenta protegernos

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Los mecanismos de defensa alivian temporalmente la angustia, pero también pueden alejarnos de lo que sentimos.

Reconocerlos es el primer paso para gestionarnos de forma más sana

Los límites no separan, protegen

Los mecanismos de defensa de nuestro cerebro funcionan como un colchón emocional que amortigua aquello que nos desborda / D.A.
Raúl Carrera Fernández
- Psicólogo en Antas

16 de noviembre 2025 - 07:01

Son muchas las ocasiones en las que nos cuesta hacer frente a una realidad tal y como viene. Estoy seguro de que todos intentamos afrontar el estrés del día a día, las incongruencias de la vida, las presiones de nuestros clientes, de nuestros familiares, o incluso de nuestros jefes y compañeros. En algunas ocasiones esto nos genera una gran angustia y, cuando no podemos acabar de hacerles frente y empezamos a sentir más ansiedad de la que podemos soportar o compartir, es cuando actúan nuestros mecanismos de defensa. Desde el psicoanálisis, y con la intención de dar respuesta a algunos de nuestros patrones de comportamiento, se propuso este concepto tan interesante. Se trata de procesos mentales que nos permiten llevar una vida lo más funcional posible hasta que encontramos la manera real y consciente de afrontar aquello que estamos guardando en nuestro inconsciente. Podríamos decir que funcionan como un pequeño colchón emocional que amortigua temporalmente aquello que nos desborda.

Piensa, por ejemplo, en aquella vez que perdiste a algún familiar o algún ser querido. ¿Verdad que te costó aceptar de primeras esa pérdida? Lo más seguro es que intentaras rechazar esta nueva realidad, porque aceptar que esa persona ya no está es algo profundamente doloroso y angustiante. Este proceso de adaptación, que al principio puede resultar casi imposible, solemos iniciarlo a través de la negación. Negar la realidad no nos convierte en personas débiles; al contrario, nos permite poner un primer freno emocional para poder, poco a poco, ir mirándola de frente. Es un mecanismo de defensa que facilita que podamos ir acercándonos al hecho traumático sin sentirnos completamente derrumbados.

Por otro lado, imagina que llevas un día especialmente malo, cargado de frustración y rabia por culpa del trabajo, del estrés acumulado o de un conflicto con los compañeros. Este sentimiento, aunque sabemos de dónde proviene, resulta difícil de gestionar en el momento. Cargamos nuestra mochila emocional con esta rabia y, en lugar de afrontarla con las personas o situaciones que realmente la generaron, la descargamos o la desplazamos hacia un lugar que nos resulta menos amenazante, como puede ser nuestra propia casa. Son muchos los padres y parejas que, sin darse cuenta, desplazan esta rabia hacia su familia o hacia la persona más querida, porque tienen dificultades para afrontar de manera asertiva esa emoción con quien realmente la provocó. Por eso es importante que uno mismo sea consciente de que está desplazando esa emoción y a su vez que la pareja, amigos o familia puedan decirlo con cariño y firmeza, recordando que esa rabia no tiene que ver con ellos sino con quien la está sintiendo.

¿Tenéis a esa persona que se basa muchísimo en la lógica y en encontrar explicaciones racionales a todo lo que le ocurre? La racionalización es otro mecanismo de defensa que utilizamos para no conectar con las emociones que estamos experimentando en ese momento. Este mecanismo aparece con mucha frecuencia en personas con un estilo de apego evitativo, es decir, aquellas que tienen dificultades para hablar de sus emociones y de sus relaciones. Sería algo así como preguntar: “¿Cómo te lo pasaste en el concierto?” y recibir una respuesta racionalizadora como: “Cuando uno va a un concierto disfruta del lugar y de la compañía; para eso se paga la entrada”. Este tipo de respuestas, aunque parecen razonables, esconden en muchas ocasiones la incomodidad de conectar con lo que realmente se sintió.

Para quienes habéis sido padres de un segundo hijo o hija, seguramente habéis observado cómo, en muchas ocasiones, el primogénito comienza a realizar conductas parecidas a las del más pequeño: pedir el biberón, jugar con juguetes infantiles, volver a comer con las manos o pedir que su madre le dé de comer. Este mecanismo de defensa se llama regresióny es la forma que tiene el niño de sentirse más pequeño para recibir la atención que echa de menos. No es un capricho ni una manipulación, sino una manera de expresar la angustia que le genera sentir que está ocupando un segundo plano en la dinámica familiar.

Hay otro mecanismo de defensa muy interesante que se denomina formación reactiva. En este caso, la persona muestra la emoción o comportamiento opuesto a lo que realmente siente, porque expresar su emoción auténtica sería demasiado doloroso o sentido como una amenaza. Por ejemplo, alguien que se siente frustrado y ambivalente porque lo están dejando de lado y se siente apartado del grupo puede, en vez de distanciarse, buscar todavía más a ese grupo que le está tratando mal. Esto ocurre porque la emoción real —la sensación de rechazo— es tan difícil de asumir que la mente prefiere realizar lo contrario. También lo encontramos en el típico niño al que le gusta una compañera de clase y, en lugar de mostrar afecto, se mete con ella o la trata mal debido a la presión social de su entorno.

Como podéis ver, los mecanismos de defensa nos sirven para amortiguar la angustia que sentimos y para reprimirla cuando no sabemos gestionarla de otra manera. En el momento en el que te das cuenta de que estás reprimiendo algo o de que no estás actuando de una forma sana, probablemente haya algún mecanismo de defensa que esté cogiendo protagonismo, aunque no siempre de la forma más adecuada. Esta ansiedad inconsciente nos hace actuar de maneras poco saludables hacia nosotros mismos o hacia los demás. Sin embargo, empezar por ponerle nombre y trabajar para hacerlo consciente es el primer paso para mejorar la relación con uno mismo y con quienes nos rodean. Si quieres, puedes empezar practicando con tu pareja o con una persona de confianza: intentad identificar juntos qué mecanismo de defensa está apareciendo en cada situación, y dad un espacio de tiempo para que la persona pueda analizarlo, comprenderlo y, poco a poco, gestionarlo de manera más sana.

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