Almería

El médico rural: confesor, psicólogo y guardián de la salud de sus vecinos

  • Miguel Lorente lleva ejerciendo la medicina desde hace más de 55 años. Tíjola, Macael, Serón y Olula del Río son algunos de los pueblos de la provincia en los que ha desempeñado su función como médico rural

Figura icónica de los enclaves rurales, presente en la tradición literaria y aún más en la memoria de nuestros abuelos, el médico de pueblo era y es psicólogo, confesor y servicio de urgencias. Desde el nacimiento hasta la muerte, en sus manos queda la salud de toda la familia. Con más de medio siglo de trayectoria, Miguel Lorente ejerce aúncomo médico rural en el municipio almeriense de Olula del Río.

¿Cómo describiría usted la actual medicina rural?

No tiene nada que ver con la medicina que yo ejercía hace 55 años. Afortunadamente hay muchas cosas que han cambiado para bien en cuanto a servicios y avances tecnológicos, aunque otras tantas se echan de menos como por ejemplo el trato humano del paciente.

Para ponernos en situación, ¿cómo y con que medios atendía usted a los pacientes en sus comienzos?

Entonces en un maletín llevábamos todo el material necesario para cualquier situación de emergencia que pudiera surgir. Desde un parto hasta un infarto o un accidente de tráfico. Llevábamos analgésicos, jeringas, que entonces había que hervir y preparar, gasas, vendas, esparadrapos... Cuando nos llamaban para ir a una urgencia cogía el maletín y me montaba en aquella caballería bien adornada que me llevaba por caminos, que nada tienen que ver con los de ahora, hasta cortijos situados en plena sierra. Posteriormente los caballos los cambiamos por la moto. Cuando no era a domicilio, el servicio público de asistencia sanitaria se prestaba en la conocida como casa del médico. Unas dependencias que había en los pueblos y que posteriormente han venido a ser centros de Atención Primaria.

Cuando decidió abandonar la medicina pública y continuar ejerciendo en la privada, su casa se convirtió en un ir y venir de vecinos que iban en busca de soluciones a sus problemas de salud.

La verdad es que la confianza del paciente era plena. Y yo como amaba y sigo amando mi profesión, atendía gustosamente a todos fuera la hora que fuera.

En ese sentido, tenía que estar de guardia las 24 horas y los 365 días del año.

Efectivamente. No había horas, ni sábados, domingos, vacaciones de verano, Navidad... la consulta era permanente. En muchas ocasiones salía a dar un paseo y tenía que dejarlo todo para irme a atender la urgencia.

¿Cómo eran esos momentos en los que usted recibía el aviso y tenía que marcharse a salvar una vida?

Muy duros. Entre otras cosas las distancias eran muy largas. Recuerdo en una ocasión que me llamaron para ir a las Menas de Serón a asistir un parto. Me fui en moto y tardé en llegar una hora y media. Una vez allí asistí el parto al que tuve que hacerle una episotomía para la que no llevaba hilo. En ese momento piensas que si vuelves a por hilo esa mujer puede morir por lo que buscas las posibles alternativas con los medios de los que dispongas en ese momento. Pedí a las mujeres que me dieran hilo de seda, lo desinfecté y cosí a la señora. Todo fue bien. Aunque las situaciones de emergencia siempre son desagradables

¿Alguna anécdota entre tanta tensión?

Pues casualmente en este parto de las Menas de Serón cuando finalizó todo el proceso vi como una de las señoras daba un gran vaso de agua a la parturienta. A la mañana siguiente me llamaron diciendo que aun no había despertado y resulta que el vaso que le habían dado no era de agua sino de anís. (Risas). Otra de las situaciones divertidas era cuando tenía que atender algún parto en mi casa. Las mujeres gritaban de dolor y para que mis hijos se fueran y no presenciaran esos momentos, mi señora les decía que tenían que salir corriendo porque era una enfermedad que se contagiaba.

¿Qué papel ha desempeñado su mujer a lo largo de su trayectoria profesional en el mundo de la medicina?

Antes las esposas de los médicos eran sus secretarias, telefonistas, enfermeras... mi señora me ha ayudado a asistir partos e incluso en casos de muerte amortajaba los cuerpos. Ha habido situaciones en las que yo he visto que el enfermo se iba y ella era la encargada de ir hablando con los familiares para tranquilizarlos. Los médicos no nacen, se hacen. Y esto mismo ocurre con las mujeres de los médicos.

¿Cuales han sido en estos 55 años los momentos más difíciles para usted?

Cuando se moría algún paciente. Cuando en las Menas de Serón había actividad minera los accidentes eran muy frecuentes. En la mayoría de los casos se trataba de traumatismos que a veces conseguía estabilizar y mandar al hospital más cercano, que igual que ahora era el de la Inmaculada en Huércal- Overa. En los casos en los que había poli traumatismos severos, no podía hacer nada por falta de medios y muchos mineros fallecían.

¿Y los momentos de mayor satisfacción?

Los nacimientos, que han sido muchos a lo largo de estos años, y conseguir salvar una vida.

¿Su domicilio continúa siendo la consulta del doctor Miguel Lorente?

Sí, y espero que así sea durante muchos años. Soy un enamorado de mi profesión y como cualquier enamorado no hay nada que me pueda separar de ella. La medicina me mantiene mentalmente ocupado ya que hay que estar en constante evolución. Y eso me gusta y por el momento no me planteo renunciar a ello.

Además de la brillante trayectoria como médico rural, Miguel Lorente deja un legado muy importante como son sus hijos.

Tengo cuatro y me siento especialmente orgulloso de todos y cada uno de ellos. El primero, Jose Antonio se ha decantado por la medicina forense y está al frente de proyecto muy importantes relacionados con el ADN. El segundo es Miguel, también médico forense que en este momento ejerce además como delegado del Gobierno de Violencia de Género. El tercero de mis hijos es Manuel, que es pediatra y la cuarta es mi hija Carmen María que se ha inclinado hacia la rama de la enfermería. Concretamente por auxiliar. Han vivido durante todas sus vidas inmersos en el mundo de la medicina, si bien es cierto que ellos han elegido lo que han querido y siempre con el apoyo incondicional de sus padres.

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