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Por sus manos pasaron más de veinte mil corazones, incluido el de Franco en su agonía, historia que no quiso contar jamás y que zanjaba con un "como médico hice lo que tenía que hacer, lo traté como un paciente más". Igualmente, nunca habló de sus enfrentamientos con Martínez-Bordiú. Fundó y dirigió hasta su jubilación el Servicio de Cirugía Cardiovascular del hospital de La Princesa, dependiente de la Universidad Autónoma de Madrid. Conoció Mojácar, le cautivó, se hizo una casa y allí pasó largas estancias de su vida junto a Clara, su esposa. Esta es la única entrevista que concedió y es el homenaje póstumo al padre de la cirugía cardiaca en España.
¿Qué tiene el corazón que no tengan otros órganos?
Anatómicamente el corazón es un órgano que aguanta y resiste todo, incluidos los cirujanos. Obviamente es, además, una caja de resonancia de la parte anímica de la personalidad humana que es muy difícil definir.
- ¿El corazón tiene razones que la razón no entiende, o eso es un decir?
Seguro que es cierto. Somos seres intuitivos y hay cosas que nos pasan que, afortunadamente, no entendemos. Tal vez sea mejor que no las entendamos, me parece.
- Usted introdujo la especialidad de cirugía cardiaca en España, ¿cómo fue?
La primera operación a corazón cerrado la hice yo en Madrid. Empecé con cirugía vascular y pensé que no podía cortar la especialidad por el ombligo, así que volví a Londres y allí aprendí la especialidad de cirugía cardiaca. Después pasé por todos lados: Suecia, Dinamarca, Alemania, Estados Unidos.
- ¿En qué piensa mientras opera?
En nada, ni siquiera se recuerdan las necesidades fisiológicas. Mientras está uno en el quirófano no se piensa en nada.
- Usted es uno de los cerebros que prefirieron quedarse en España
Me pidieron que ejerciera en Inglaterra y no quise porque pensaba que tenía que desempeñar mi carrera en mi país. Tuve ofertas tentadoras de Boston, mucho dinero, pero con pocas oportunidades de futuro.
- ¿Qué sintió la primera vez que tuvo un corazón vivo latiendo en su mano?
Ganas de irme. Dejarlo todo y marcharme de allí, de la mesa de operaciones.
- ¿Conoció al doctor Barnard, el primero que hizo un transplante de corazón?
Sí, lo conocí en Minneapolis, donde yo había ido a aprender con el doctor Walton Lillehei que fue el inventor de la intervención extracorpórea. Barnard era médico residente y estuvo en toda la experimentación de los transplantes. Terminó su estancia allí y se marchó a Sudáfrica, donde sin encomendarse a Dios ni al Diablo realizó el transplante en un ser humano para ser el primero.
- ¿Es usted creyente, cree en Dios?
Soy un profundo creyente en Dios por convicción. Mi situación religiosa es muy complicada, pero creo en Dios y creo especialmente en el Espíritu Santo.
- ¿Cuántas personas le deben la vida?
Nadie me debe la vida a mí. Habré ayudado a que muchos se queden aquí, pero deberme la vida, nadie.
- Usted, que trata de salvar vidas, ¿qué opina de las personas que piden quitársela?
El ser humano depende del cerebro por completo. Se es o no se es por el cerebro. Un ser convertido en vegetal no sé lo que es, pero desde luego no es una persona. Es una situación muy especial, no se puede alabar ni criticar. Yo, en ésa situación no sé que haría. Probablemente pediría la inyección. Hay cosas, situaciones, mucho peores que la muerte y los médicos lo hemos vivido muchas veces.
- Usted fue testigo de lo que sucedió en los tres últimos meses de Franco ¿Algún día me contará las entretelas de lo que vio y oyó?
No, nunca.
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