Un museo rodante de ochenta Seat 600 recorre las calles de Mojácar
El encuentro fue promovido por el Club Clásicos Baria, de Vera Despertaron la curiosidad y el interés por el coche que motorizó a la sociedad española de los cincuenta
Cuando España comenzó a marchar sobre cuatro ruedas lo hizo a bordo de un Seat 600, un cochazo en el que cabían hasta ocho personas si se colocaba bien la jaula del canario; un haiga que se tragaba los kilómetros de Cádiz a Barcelona nada menos que a 80 kilómetros por hora; un auto que se reparaba con una aspirina según los comentarios. El 600, 'el pelotilla', ha sido, era, el primer coche de los ciudadanos españoles de entonces, un soberbio y flamante automóvil sin pejigueras. La guía Michelín hacía las veces de GPS, incluso se bajaba el cristal de la ventanilla para preguntar al paisano; no tenía radio, se cantaban cosas de Miguel Ríos, por aquel entonces Mike Ríos, de Trigo Limpio, de Alberto Cortez y esas cosas que acababan con el 'Asturias, patria querida'.
Las carreteras nacionales de cuando el 'seílla' no tenían áreas de descanso, se aparcaba en la primera sombra a mano; los quitamiedos eran los propios árboles con una faja blanca en el tronco; las distancias estaban pintadas en las fachadas de las casas de los peones camineros o de vaya usted a saber de quién. Antes de que quitaran las vallas de publicidad había publicidad: un toraco negro, el azulejo de Nitrato de Chile que debía ser un desinfectante o abono tóxico entonces que no había ecologistas ni miramientos. Tampoco cinturones, acaso el de los pantalones. No hacía falta calefacción, el seiscientos se calentaba solo.
Hoy, siglo año mes y día en el que la electrónica es elemento fundamental en el automóvil, especial y afortunadamente en lo concerniente a seguridad, el Seat 600 es objeto de devoción y no por nostalgia, que también puede ser, sino por lo que significó en el desarrollo de la entonces clase media.
El Seat 600 no tiene mecánicamente nada especial y, sin embargo, se hace querer.
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