El “somormujo” almeriense
Almería
El rico argot almeriense posee peculiares definiciones para los grupos de personajes, siniestros o “malafollás”, que deambulan por la provincia
“Papa Noël nos ha traído un 127”
El insigne historiador, y colaborador de este periódico, mi amigo Antonio Sevillano publicó, hace varios años, diez fascículos titulados “Queridos diferentes” dedicados a personajes peculiares de la ciudad. Todos tenían mote o apodo. Uno a uno, relataba las aventuras y desventuras cotidianas de estos ilustres individuos callejeros: “Luis el de Los Perros”, “La Niña Dormida”, “El Fuegovivo”, “El Cataollas”, “Habichuela”, “Luquitas” o “Paca la de los Cañamones”, que iba por las calles cantando y vendiendo a perra gorda el cartucho de comida para los pájaros.
El histórico y documentado periodista José Ángel Pérez sostiene en su Facebook que había muchos más, por lo que la colección tiene enjundia para convertirse en una enciclopedia de las celebridades urbanas almerienses: “Enrique El Nano”, “La Barbarica”, “La Pillagatos”, “Juanico el de las Cunicas”, “Pepe el Cabeza”, “El Gachas”, “El Colilla”, “El Tío de la Manta”, del que se rumoreaba que era cirujano y perdió el juicio al fallecer su hijo en la mesa de operaciones, o “Diego qué hora es”. Este buen hombre, que no se metía con nadie, era objeto de chanzas y burlas con esa pregunta y sus sonoras respuestas con improperios a quienes le azuzaban no hacían sino alimentar las ganas de fastidiarle cuando paseaba por el Reducto. Él, en su simple modestia, no comprendía porqué le preguntaban a gritos la hora si no llevaba reloj.
Bien es cierto que cada mote corresponde a una persona física única e irrepetible, pero en la urbe almeriense también pululan otros sujetos que, por su catadura moral, acciones o actividades, se podrían encuadrar en diferentes grupos que igualmente reciben apodo en nuestro rico y peculiar argot del sureste. No hablo ya de términos cerradamente almerienses (“bajapabajo”, “subeparriba”, “entrapadentro”, “salpafuera”, “venacápacá, “un diíca”, “follaíco vivo”, “tótieso”, cúcha”, “¿Qué eh lo que eh?”, “morrillazo”, “mandaíllo”, “lohmimitico”, “maspallá”) sino de los grandes colectivos de personajes peculiares o, incluso, siniestros.
Están los expertos en “brujelear” o dar tumbos buscando donde meter la cabeza; los “burriciegos” que no ven o no quieren ver la realidad; los “cristobicas” son las marionetas de un jefe; a los soberbios, en algunas comarcas rurales del interior les llaman “desanchaos”, a los nada graciosos “esaboríos”, a quienes siempre están enfadados “enfurrunchaos” y a las gentes de poca o nula categoría humana les incluyen en el grupo de los “medio pelo”.
El “cipote” aquí significa “tonto”, como “cipote” es quien le pone a su hijo el nombre de pila de su deportista favorito. Hay seres egoístas que acumulan todas esas características de los sobrenombres autóctonos, como ya explicaba en 1978 José Muñoz Díes en su librito “Aprenda almeriense en tres días”, editado por el Ateneo. Tuvo que ser un comerciante valenciano quien publicara un compendio sobre nuestro léxico; claro que era medio almeriense porque a principios de 1955 bebió agua del cañillo de la Puerta de Purchena y el 1 de julio de ese año se estaba casando en la Patrona con la señorita Ana María Esteban Navajas. Como manda la tradición.
Palabra imprescindible
De todas formas, por su sonoridad, a mí el nombre que más me gusta entre los existentes entre esos grupos de ciudadanos peculiares es el de “somormujo”. El término tiene la categoría de “palabra imprescindible en nuestra provincia” que otorga la Diputación de Almería en su web. Se refiere a “aquella persona rencorosa, que puede traicionarte cuando menos te lo esperas”. En diversos lares la aplican a quienes “se callan maliciosamente ante un suceso o circunstancia y luego hacen lo que les da la gana”. En otros pueblos, dícese de “una persona normal que está conspirando para hacer el mal”.
Somormujos hay muchos; más que perros descalzos. Parece que te miran de frente, pero te ven y te escudriñan con “el rabillo del ojo”. Concepto netamente local, como evidenció el árbitro de fútbol Juan Andújar Oliver (1949) en una ácida entrevista radiofónica con el no menos polémico José María García, “Butanito”.
El término ha sido empleado profusamente en las crónicas taurinas y en los debates políticos del Ayuntamiento de la capital. El exconcejal de Izquierda Unida Diego Cervantes ya lo empleó para referirse a Gonzalo Bermejo, del PP, a cuento de aquellas prolongadas y molestas obras del aparcamiento subterráneo de la Rambla del Obispo Orberá.
El que fuera presidente provincial José Fernández Revuelta (1927-2022) la empleaba mucho en sus relatos semanales y el periodista Antonio Fernández Gil “Kayros” (1933-2018) definía como “somormujo político” al que, “lejos de preocuparse por las ideas o por el bienestar de los hombres, se adhiere a quien tenga el poder adoptando la forma que el viento de su conveniencia cobarde quiera imponerle”. Genial definición del somormujo almeriense.
También te puede interesar