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El último taller, el último discípulo y la última guitarra de Antonio de Torres en Almería

Cuenta y Razón

Documento acreditativo de 1884 / D.A.
José Luis Ruz Márquez
- Catedrático licenciado en Bellas Artes

20 de julio 2025 - 08:00

Cuarenta años hará que una llamada telefónica me invitó a asistir en el hotel de la plaza Flores a una reunión cultural, a la que acudí para encontrarme con un reducido grupo de personas en el que solo reconocí al abogado Miguel Ángel Batlles… y entonces supe que aquello iba de una asociación creada para realzar la figura de Antonio de Torres, el célebre guitarrero nacido en La Cañada en 1817. Sin entender la cita, oía con interés lo que allí se iba diciendo, a la espera de que se me demandara la confección de un logo, de un dibujo, que era lo mío, cuando de sopetón me proponen para… ¡Presidente de la Asociación! ¡Madre mía! Se me vinieron las guitarras encima; que no era yo el Tomatito que las toca, el Romanillo que las investiga ni el Pierre que las crea.

Me pregunté qué cuerda tocaba yo allí y agradecí y decliné la invitación y así todos salimos ganando, pues luego supe que la asociación, dirigida como Dios manda, se ha ido dedicando con éxito a dar a conocer la obra del célebre guitarrero. Una figura de sobra estudiada por lo que estas líneas tan solo pretenden dar unas pinceladas sobre su vida, gran parte de la cual transcurrió fuera de Almería. Primero en Vera, desde 1829, de infante a soldadito cristino, de casado con una Juana de trece años a padre de unos hijos fugaces y a viudo prematuro en 1845. De carpintero a constructor de guitarra para, según él, en 1844 iniciar, autodidacta, una larga práctica que culmina en una Sevilla que lo acoge como vecino y le celebra sus guitarras como “La Leona” o las premia en la exposición de 1858. Y le proporciona prestigio y amistades como Julián Arcas, su paisano, al que provee de guitarra, como hace con Cano, Tárrega…

Con los buenos dinerillos que de Sevilla trajo, compró acciones en la minera Purísima Concepción, en el nijareño Rincón de Martos. Una inversión que, en vez de meter, le sacó cuartos en forma de derramas y otras gaitas que, en ocasiones, como en 1870, le fueron reclamadas oficialmente. No corrían buenos tiempos económicos y al igual que su amigo Arcas había puesto tienda de petróleo, Torres se decantó por una de loza que abrió en la calle Real 23, de Almería, y que pronto vería su trastienda convertida en una rebotica musical del mundillo de la cuerda, para hablar del cómo y el con qué se toca, con un don Antonio quien, sobre guitarrero, era también guitarrista, desde que, joven, aprendió a tocar, según él, del célebre Dionisio Aguado.

Museo de la Guitarra Española Antonio Torres / D.A.

Aquella tienda, recibía encargos para él y para sus colegas de las cuerdas, hasta las de las pioneras, como las del músico Sangerman, quien en 1876 domicilia allí avisos de afinados e inscripciones a sus clases de guitarra. Tras escapar en 1878 de las llamas que devoraron el vecino almacén de Lamaña, el establecimiento anduvo vivo hasta 1881 en que muere Josefa Martín, su segunda mujer y Arcas le dedica “La Murciana”. En 1882 compra la casa de La Cañada que, sin ser grande, le acoge a él, a sus hijas y a su taller. Y en ocasiones, hasta invitados, como en 1890 en que pasa unos días en ella el célebre Tárraga.

Al poco, harto de ir y venir, del traqueteo de la tartanica, don Antonio pone casa en la ciudad, Alfareros, 8. Y en febrero de 1892 -presentándose como “el antiguo célebre constructor de guitarras” - abre nuevo taller en la calle Relámpago, 6. De vecinos, una modista elegante, el diamantista Ramos quien desde 1872 en que llegó de Murcia, viene creando alhajas, con metales de alcurnia, nada que ver con el plomo con el que otra vecina, la ya jubilada Torre de los Perdigones, fabricó las bolitas que tomaban el nombre de los pájaros que ellas mataban…

Allí trabaja en los cortos permisos otorgados por su mala salud, que pronto es detectada por doña Pelusa de la Envidia quien hace a Málaga sede de los mejores guitarreros de España, como si Torres fuera una ilusión. Y los almerienses indignados chillan, como un anuncio, para que todo el mundo conozca

y sepa, no es fantasía,

decir a los tocadores,

que las guitarras mejores

fabrícanse en Almería.

El maestro guitarrero Antonio de Torres / D.A.

Las suyas. Las que por él se ponen de luto el 19 de noviembre de 1892 y le acompañan al día siguiente, mudas, si acaso algún toque de bordón, a San Sebastián, para que la iglesia de su bautizo sea también la de su responso… Y así fue como el mejor guitarrero de todos los tiempos salió al olvido, por la misma puerta por la que Almería se deshace de sus artistas para acoger tan ricamente a los forasteros. Al partir dejó lo que los maestros suelen: obra y discípulo; en nuestro caso mucho de la primera -más de 320 guitarras- y casi nada de lo segundo: dos, que sepamos: Joaquín Alonso con taller en la calle de la Alcazaba en 1873.

Y José López Beltrán nacido en el barrio de San Sebastián en 1846, con taller en un habitáculo del teatro Apolo que solo cierra en feria, para montar puesto en su real, donde ofrece sus guitarras, “construidas -decía en 1897- en la misma forma y manera que las hacía su maestro” y se declara “único discípulo de don Antonio de Torres”. Y depositario de dos guitarras suyas que en 1893 trataba de vender. Falleció en 1910 dejando viuda, hijo, hija y la última de sus guitarras.

La casa que albergó el taller relámpago del gran Torres, ha caído, como todas las de su entorno. Solo está en pie la Torre de los Perdigones, gallina en corral ajeno, cuando es dama ilustre, que con memoria prodigiosa recuerda la última vez que charló con un don Antonio en debilidad, que le refirió que había acabado una guitarra a la que, en honor de la calle, había bautizado “La Relámpaga” y que esperando estaba a un vecino de la ciudad para que la retirara… Los datos que me ha aportado confirman que esta fue la última obra de nuestro artista, la “magnífica guitarra del auténtico Torres” puesta a la venta en 1920 por un morador del 11 de la calle Cádiz, en un sugerente anuncio, sin imaginar que hoy, después de un siglo, aún pondría los dientes largos y evocaría El último taller, la última guitarra, el último discípulo. De Antonio de Torres en Almería.

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