Los últimos temporeros 'franceses' de Fiñana
Como cada septiembre, vecinos de Fiñana emprenden su viaje de trabajo a las vides galas para hacer la vendimia, una tradición que poco a poco se está perdiendo.
Manuela Nieto fue a vendimiar a Francia por primera vez a la edad de 14 años junto a sus hermanos, padres y tíos. "Empezamos siendo niños, no sabíamos ni usar la tijera para podar", exclama. Hoy, 36 años después, Manuela sigue desplazándose cada septiembre del año a las vides francesas, aunque ahora lo hace acompañada por su primo Joaquín Morales, su hermana María Ángel Nieto y el resto de los miembros de la familia . Su familia, Nieto Morales, es una de las más conocidas y grandes de Fiñana. Vendimiadores "desde siempre", este año se desplazan 16 miembros de la familia a Violès, un pueblo al este de Orange, en el departamento francés de Vaucluse.
Como ellos, 11.000 andaluces salen este año hacia el país vecino para la recolección de la uva francesa de temporada, que después servirá para la producción de vinos de alta calidad, en gran parte gracias a una cosecha llevada a cabo de manera artesanal. Los trabajadores viajan en autobuses que costean los 'patrones' franceses para ir a las distintas zonas de Francia en la que pasarán los próximos meses ayudando en las labores de recolección.
El tiempo de estancia varía según las labores de cada persona. El período de cosecha de la uva tarda aproximadamente un mes de media. "En realidad, son unas dos semanas laborables, pero entre unas cosas y otras te pasas allí casi un mes", explica Antonio Nieto, hermano de Manuela, otro de los vendimiadores que habitualmente viajan a Francia cada año.
Aunque los hay que pasan mucho más tiempo allí. Este es el caso de Joaquín Morales y Sebastián Nieto, que se irán en su coche particular para pasar allí los próximos seis meses como temporeros. "Cuando termine la uva, nos desplazamos a otra zona para la cosecha de albaricoques, y así hasta que se acabe la temporada", asegura Joaquín. "Aquí apenas queda trabajo, por lo que no tenemos otra opción".
Las mejores prestaciones económicas de Francia es uno de los principales factores que explican el 'éxodo' de los jornaleros al final de la temporada estival. El salario mínimo en el campo francés está establecido este año en 9,67 euros por hora, frente a los 5,84 euros españoles.
Las jornadas son de 35 horas semanales, de lunes a viernes. En el caso de los jóvenes, no pueden exceder las 25. El registro del horario lo llevan los mismos empleadores franceses, que tienen que rendir cuentas a las autoridades para "que todo esté en regla", cuenta Mari Ángel Nieto.
"Las condiciones de trabajo antes eran mucho más estrictas. Los patrones antes te gritaban 'vite, vite', que significa 'date prisa'", cuentan Manuela y Mari Ángel. "Antes viajábamos apretados y, para el control de documentos, teníamos que ir con el pasaporte en la boca". "Después, te recogían los patrones y te subían al camión, como borregos", afirma Joaquín Morales.
"Las cosas son distintas ahora. Los viajes son más cómodos y el descanso es mejor. En los campos vamos con los jefes de equipo y está más repartido el trabajo, se puede decir que ahora se respeta más la legalidad", apunta Joaquín.
Las condiciones de trabajo, aún así, son indignas en muchas ocasiones. A pesar de que una parte importante del salario se empeña en el seguro laboral, éste no cubre contingencias básicas como la enfermedad o el pago de medicamentos. "A mi hermano le dio un infarto estando allí. Tuvo que pagar 439 euros por estar dos días ingresado en el hospital", lamenta Joaquín. Manuela, siendo diabética, tiene que cargar con una nevera llena de insulina por no poder costeársela en Francia.
La cruda realidad es que, pese a estas dificultades, los vendimiadores no encuentran mejores opciones vitales que irse a sabiendas de las consecuencias que esto puede tener para su salud.
Manuela, recién operada del riñón, sobrevive con la ayuda al desempleo de poco más de 400 euros. Tiene un hermano dependiente y ahora necesita hacer obras en su casa, "que se cae a pedazos". La hija de Manuela está advertida por el banco de un futuro desahucio, indica Manuela intentando contener las lágrimas. Su delicada situación no le permite mirar en otra dirección que no sea hacia el sureste francés.
La juventud del pueblo no se hallan en una situación mucho más próspera. Juanjo Nieto y su novia, Noelia, irán este año por primera vez a Francia ya que no encuentran trabajo en el campo almeriense. "Los jóvenes del pueblo están todos sin estudios y sin trabajo, es una pena", lamenta Mari Ángel Nieto.
Pese a que la voluntad mayoritaria es la de trabajar en España, la familia Nieto Morales ya concibe Francia como su segunda casa. "Tenemos allí ya casi más amigos que aquí", afirman entre risas. La empleadora de Manuela incluso estuvo hace unos meses de visita en Fiñana, y su hermano se casó con una francesa que conoció en uno de sus años en los viñedos galos.
Llevan trabajando para la misma familia desde hace años, gente de alto poder adquisitivo que fabrica sus propios vinos en las bodegas que tienen en las fincas. Allí se alojan, una vez llegados, en los dormitorios que les tienen preparados los dueños de la finca.
La rutina de trabajo consiste en levantarse a las 06:30 de la mañana, para desayunar y empezar la faena una hora más tarde. Tras la pausa para comer, a las 12:30 de la mañana, continúan sus labores desde las 13:30 hasta las 17:30. El tiempo libre lo usan para descansar, jugar a las cartas, preparar la comida del día siguiente y dar algún paseo que otro por los alrededores del pueblo.
El alto precio de los productos franceses obliga a los jornaleros a viajar muy equipados. "Llevamos una media de cuatro bultos por persona", cuenta Manuela. Van equipados con legumbres, aceite, jamón, frutos secos, cereales, etc. En definitiva, alimentos cuyo precio se dispara al norte de España. "En Francia, el kilo de arroz cuesta más de tres euros", explica Manuela. La comida es otro de los gastos que no corren a cuenta de los empleadores franceses: "nos dejan el butano, algunas patatas y poco más".
Pese a esta precariedad, los trabajadores solo tiene palabras de agradecimiento para los patrones. "Son muy buenos con nosotros, incluso nos hemos hecho amigos", afirman con rotundidad. "Cuando ellos están fuera, sus hijos se quedan a nuestro cargo. Muchas veces cocinados una olla grande de paella y comen con nosotros. También nos piden que les guardemos un 'tupper' si sobra arroz la verdad es que les encanta" Pese a la dureza del trabajo, ellos mantienen la esperanza de un futuro mejor.
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