El vínculo en la infancia: la huella invisible que nos acompaña
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El vínculo en los primeros años de vida determina nuestra capacidad para relacionarnos y sentirnos seguros con nosotros mismos
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Es bien sabido que los vínculos entre los niños y sus padres son fundamentales desde la infancia. Tradicionalmente se ha puesto mucho énfasis en la relación entre el niño y la madre durante los primeros meses y años de vida.
Según cómo se establezca esa relación entre las necesidades del niño y la forma en que la madre responde a ellas, se determinará la seguridad con la que el niño se relaciona con los demás, desarrollando así un apego seguro o inseguro. Vamos a ver unos ejemplos de cómo los niños, según son tratados, les afectará cuando sean más mayores a la hora de relacionarse con los demás. Aunque los nombres sean ficticios, intenta pensar en alguna persona que encaje con este tipo de apego y verás cómo lo entenderás mejor.
Empezaremos por Juan, un niño que tiene un añito y que cuando llora por alguna necesidad básica (comer, dormir…), su madre actúa ayudándole a calmarse y a satisfacer esa necesidad. Con ello, Juan aprende a confiar en los demás y poco a poco en sí mismo, preparándose para poder hacerlo solo el día de mañana. Cuando sea adulto, tendrá más posibilidades de desarrollar un apego seguro: podrá confiar en sí mismo y en los demás, tendrá una buena autoestima, sabrá regular sus emociones y, cuando tenga algún problema, sentirá que cuenta con herramientas suficientes para afrontarlo, con o sin ayuda.
Vamos a ver ahora el caso de Ana María. Ana María tiene un año y medio y cuando llora, su madre no atiende sus necesidades. Quiere jugar, pero no juegan con ella; cuando tiene una rabieta, nadie la calma; cuando explica que algo le molesta, nadie la escucha. Así, Ana María está aprendiendo que si tiene un problema no van a ayudarla y que expresar emociones negativas “no está bien”. Cuando sea adulta, será una persona que evitará hablar de sus emociones, se sentirá incómoda en conversaciones íntimas, no pedirá ayuda y tampoco sabrá cómo ofrecerla a los demás. Su “botón del apego” se desactivará cada vez que tenga que hablar de emociones o cuando alguien le pida quedarse a su lado.
Ahora veamos el caso de Juana. Juana, con un añito y medio también, es sobreprotegida por su madre: “Vigila, no te caigas”, “Cuidado, es peligroso”, “No te apartes de mamá que te puede pasar algo malo”. Poco a poco se va creando una relación de dependencia, donde la madre transmite sus miedos a Juana. A los 10 años, Juana tiene muchos temores, duerme con sus padres, a veces se hace pipí y se preocupa constantemente por cómo estarán ellos. Cuando es adulta y tiene pareja, necesita saber continuamente dónde está y cómo se encuentra. Juana no es celosa, pero vive en alerta, preocupada por su pareja y por todo lo que pueda salir mal.
Y finalmente tenemos a Pedro. Pedro, con un año y medio, vive en un hogar con inestabilidad. A veces recibe cuidado y acompañamiento, otras veces no. Esa falta de coherencia lo confunde y le genera inseguridad. En algunos casos en la adolescencia Pedro puede llegar a recurrir a conductas de escape, como el consumo de sustancias, para “tranquilizarse” y evitar enfrentarse a los problemas del día a día. De adulto, en su relación de pareja aparecen discusiones constantes: cuando está cerca, siente la necesidad de alejarse; cuando está lejos, siente la urgencia de tener a su pareja cerca. Vive atrapado en un “ni contigo ni sin ti”.
La importancia de los vínculos
Como hemos visto, desde muy pequeños los vínculos que establecemos con nuestra madre (o con la figura principal de apego) condicionarán cómo nos relacionamos en el futuro: desde la seguridad y la calma, o desde la evitación, la preocupación o la ambivalencia.
Las personas que han tenido malas experiencias y han desarrollado un apego inseguro, pueden trabajar para adquirir un apego más seguro a través de la terapia, la autoayuda o el deseo de romper dinámicas familiares dañinas.
Los patrones que aprendemos en casa son los que después solemos reproducir, pero no olvidemos que es nuestra responsabilidad decidir si los mantenemos o si buscamos mejorarlos. No existen vínculos perfectos, pero sí depende de nosotros cuánto queremos trabajar para estar mejor con nosotros mismos y con quienes nos rodean.
Y tú, ¿con quién te sientes más identificado?
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