Juerga y diversión en la carrera de cintas en una tarde calurosa
Los gallarderos han salido un año más a la calle para seguir una actividad muy divertida y que es seña de identidad de estos festejos en los que prima la alta participación de niños, jóvenes, adultos y mayores
Ya de lejos, vamos, desde la carretera nacional, se oye la música. Los Gallardos toma los churros del atardecer con 'Paquito, el Chocolatero'. Vecinos y turistas toman asiento en la tribuna de acera de sombra, si bien, poco a poco, la despedida del sol libra algo de calor menos en el centro de la plaza, allí se reblandece el plástico de las sillas dispuestas alrededor de las barras.
Los volantes y batas de cola, los claveles reventones, los mantones, ilustran el aire de colores. ¡Vamos a la fiesta! Vamos, vamos, que empiezan las corridas de cintas. ¡Mira, ahí van, en sus motos! Vestidos de corto para la ocasión, los moteros y sus acompañantes se aprestan a ensartar la cinta.
María González, la alcaldesa gallardera, se agarra al teléfono. ¡Por Dios! ¿Pero cómo se puede dejar aparcado un camión aquí? Pues pudiendo, alcaldesa, pudiendo. A ver, es el camión, o sea, un pedazo de camión, de los músicos, de la orquesta que toca por la noche, que no se dieron cuenta y dejaron el camionazo al lado del escenario, así hay menos trecho para la carga y descarga de bártulos.
Mientras, 'Los Cánovas' atacan pasodoble tras pasodoble, la gente no se apura, no hay prisa y, además, así dura más el espectáculo de ver ir y venir a unos y a otras. Que estamos en fiestas. El puesto de dulces es una tentación para los paseantes, especialmente unos merengues de pringarse hasta donde haga falta, pedazo merengues.
Parece que al fin se ha dado con el de las llaves, es decir, con el que tiene la potestad de retirar el camión. Algunos, en broma, decían de levantarlo a pulso. Tampoco había grúa suficiente. El camión se apartaba, las caras sonreían ante un episodio inesperado y constituido ya entre las variedades festivas. Las cintas dispuestas y a la espera de quienes hábilmente las ensarten. Los motores se encienden, todos se disponen a acertar en el envite. Los espectadores aplauden tanto si se enhebra la anilla, como si no. Otro intento, no pasa nada. Las damas esperan, las cintas llegan suavemente a sus manos.
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