Pep Guardiola dispara a Lillo

Finiquitado El técnico catalán, alumno confeso del tolosarra, firma el acta de destitución de éste Vapuleo El Almería tocó fondo y fue un juguete en manos del Barça, que mostró una superioridad aplastante desde principio a fin del partido

Messi bate a Diego Alves en el tanto que suponía el 0-5.
Paco Gregorio / Almería

21 de noviembre 2010 - 05:02

El destino fue cruel ayer con Lillo. El tolosarra asumía su condena en la previa del encuentro cuando declaraba que el tiro se lo habían dado ya (en alusión al testimonio del presidente tras la derrota ante el Levante) y la ironía del destino quiso que fuera su alumno más aventajado, Pep Guardiola, quien firmase su acta de destitución.

Muchos piensan que Alfonso García pudo haberle ahorrado al guipuzcoano el escarnio público de la hiriente goleada ante el Barça, pero la prórroga en forma de paciencia presidencial tenía su precio y ayer se lo cobró.

El Almería fue un juguete roto en manos del Barça, un fantasma que pululó por el Mediterráneo en busca del alma perdida, una sombra de lo que el propio Lillo pretendía que fuese su equipo. Ante un rival que posee calidad a raudales y puede interpretar a la perfección los códigos del fútbol de toque y posesión, los rojiblancos se vieron desbordados de principio a fin.

De nada sirvió que el técnico local conociera los métodos de su adversario; el Barça fue una apisonadora desde el minuto cero ante un equipo disminuido físicamente y venido a menos que ha perdido todas sus señas de identidad, ofreciendo desde hace varias jornadas un aspecto cadavérico.

El 77% de posesión a favor del todavía vigente campeón del mundo de clubes a los 23 minutos de juego dice todo acerca de lo desequilibrado del desempeño. En ese tramo el marcador reflejaba ya un contundente y esclarecedor 0-2.

Messi, en el segundo disparo a puerta que intentaba, e Iniesta, con la inestimable colaboración de Bernardello en un mal despeje, finiquitaron el partido sin despeinarse. No era más que el preludio de lo que estaba por venir. En el apogeo del desconcierto rojiblanco, Acasiete empujó un balón hacia su propia portería y Pedro elevó ante la salida desesperada de Alves el 0-4 al marcador.

La zaga almeriense, hasta entonces una de las menos goleadas (más por deméritos del contrario que por méritos propios, ahí radicaba el engaño), quedó retratada en cada uno de los tantos y no fue menos el quinto, obra nuevamente de Messi -se hacía centenario en Liga- con la aquiescencia de la defensa, que le permitió rematar hasta dos veces dentro del área pequeña.

Ni siquiera la gracia otorgada al descanso por Guardiola retirando a Xavi e Iniesta para darles descanso pensando en el clásico sirvió como atenuante de la paliza, que adquirió tintes bochornosos en el segundo período entre gritos de ¡Fuera, fuera! y ¡Lillo, vete ya!

El epílogo de Lillo al frente de la nave rojiblanca fue más agónico y doloroso de lo que cabía esperar. Negado por su presidente, vituperado por la afición y agraviado en el campo por los jugadores que tanto defendió.

Sólo se puede extraer una conclusión positiva de todo este embrollo. El Almería ha tocado fondo y sólo le queda asomar la cabeza. Para ello se hace imperiosamente necesario que los futbolistas hagan examen de conciencia y eludan otras distracciones. Y pese a los ocho, nada menos que ocho, resulta que Villa no marcó...

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