Phelps zanja la dispersión
El rey de oros saca lo mejor de sí para recuperar su corona en su prueba fetiche, los 200 mariposa La grandeza del momento da vuelo a unos Juegos encomendados a la natación
La dispersión marca los días en Río de Janeiro. Y más si las jornadas rompen en viento y lluvia, como ayer: la dispersión se enseñoreó incluso del calendario, obligando a aplazar la jornada tenística que debía abrir Rafa Nadal y el programa de remo. A la dispersión espacial, con esas distancias entre las sedes que tanto molesta a las delegaciones, se está uniendo la temporal para más inquietud de los organizadores, obligados a modificar la agenda.
Más dispersión, por si no bastara la que sufren los millones de seguidores españoles obligados a cortar la jornada televisiva para dormir: Mireia Belmonte, sólida y esperanzadora baza para que España lograra su primera medalla de oro, competía la pasada madrugada, pasadas las tres y media en su final favorita, la de los 200 metros mariposa. Demasiado tarde para aguantar si al día siguiente hay que trabajar; demasiado temprano para poner el despertador. Esos horarios tan intempestivos dan otro giro de tuerca a la dispersión por estos pagos: el españolito medio, sobre todo el joven, se encomienda a las aplicaciones y a las tabletas para esquivar los criterios de Televisión Española para las conexiones en directo, o bien para ver las pruebas en diferido, a la hora que puedan... o les plazca. Más autonomía. Que implica más dispersión.
La dispersión no mezcla bien con el concepto de espectáculo global, íntegro, mayúsculo, que el COI vende con sus Juegos al mundo... y a las cadenas televisivas. ¿Y cuál es el mejor antídoto contra la dispersión? El fulgor de los ídolos. De los ídolos que ilustran cada Juego, que los dotan de personalidad. Que cautivan a la gente y graban en sus memorias la palabra "grandeza".
Precisamente en la otra final de los 200 metros mariposa, la masculina, estalló el primer momento para la historia más noble de los Juegos. Phelps zanjó la dispersión con cuatro largos majestuosos. Sus ansias después de cuatro años de idas y venidas, con un paso por una clínica de rehabilitación incluido, su casta de campeón, su amor propio dolido por aquella final que le arrebató el surafricano Le Clos hace cuatro años en Londres. Y su hijo Boomer, de apenas tres meses, en la grada. Un cóctel perfecto para rescatar lo mejor de sí y que el prodigio de Baltimore se convietiera en el primer nadador de más de treinta años que conquista un oro olímpico en una prueba individual.
Phelps acabó la prueba, se irguió sobre el agua, su torso se hinchó como una escultura de Rodin y sus interminables brazos reclamaron lo que le pertenecía: "El trono es mío". "El rey soy yo". "El amo de los Juegos, el coleccionista de medallas de oro, está de vuelta". Todo eso parecía decir con sus índices apuntando a la meseta que tiene por pecho. Era su vigésima presea dorada en una prueba olímpica. No sería la última. Luego añadió la del relevo 4x200 estilo libre. De sus 25 medallas, 21 de oro.
Cuando Phelps debutó en unos Juegos, en Sidney 2000, tenía 15 años. Acabó quinto en la final de su prueba predilecta, ese doble hectómetro del estilo mariposa cuyo cetro recuperó ayer. Y en el tiempo que el norteamericano se ha colgado 21 oros por sus sucesivas participaciones en Sidney, Atenas (6), Pekín (8), Londres (4) y Río (3 de momento), las cinco delegaciones españolas han sumado 14 medallas amarillas. Siete menos. Un apunte para retratar a uno y a otros.
Río, pase lo que pase, ya figura en lo mejor de los anales olímpicos por algo muy concreto, nada disperso. Serán los últimos de Phelps. Donde Phelps culminó su gran obra.
A rebufo de su corpachón de 1,93 metros, otras nadadoras de un magnetismo arrebatador, la estadounidense Katie Ledecky y la húngara Katinka Hosszu, reclamaron los focos. También ellas combatieron a la dispersión con sus incontenidas brazadas en la final de los 200 metros estilo libre, la primera, y la final de los 200 estilos, la magiar. La americana ya tiene su segundo oro en una prueba individual a falta de completar su probable trío en el 800. La europea se ha coronado en el 200 y 400 estilos y los 100 espalda.
La natación, que conforma el gran eje en la primera semana de cada Juego, es la gran turbina que por ahora le está dando vuelo a Río 2016. El necesario impulso para que la gente quede cautivada, deslumbrada y los fallos organizativos se orillen.
En otro deporte nuclear, la gimnasia, Simone Biles va a darle aún más altura a los Juegos, que volarán como ella en los diferentes aparatos. Sin sus sobrehumanas piruetas, eso sí. Su aura lleva a los analistas a compararla con la gran Comaneci. Su oro en el corcurso por equipos parece sólo el aperitivo: fue primera en todos los aparatos menos en barras asimétricas. Cada oro que se cuelgue, lo celebrarán estadounidenses y brasileños. Los Juegos ganarán en grandeza. Los focos, en espera de que Bolt deje de bailar la samba y se calce las zapatillas, ya saben dónde apuntar. A los héroes. Ellos son los que acabarán con las dispersas miradas del espectador en estos Juegos intempestivos.
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