Quidditch para muggles
QUIDDITCH
Almería cuenta con un equipo del mágico deporte practicado en la saga de 'Harry Potter' adaptado a la vida real
El andén 9 3/4 lleva a una estación oculta en la Vega de Acá, junto al Auditorio Maestro Padilla, en las pistas polideportivas que durante años fueron también suelo del Recinto Ferial de la capital almeriense. Allí, un buen puñado de muggles -para los profanos en la materia, aquellos que no poseen la habilidad de hacer magia- se dan cita para trasladar a este mundo el deporte de los magos: el quidditch.
En antecedentes, para los que se extrañen de ver en las imágenes o en las propias pistas a jóvenes haciendo deporte con un palo sujeto entre las piernas. El quidditch es el deporte practicado en el mágico mundo creado por J.K. Rowling para toda la saga -siete libros y ocho películas, más las precuelas y secuelas ya lanzadas o por venir- de Harry Potter. En él, se enfrentan dos equipos de siete jugadores cada uno, repartidos en tres cazadores que buscan introducir la quaffle (bola utilizada para los partidos) en los aros contrarios para sumar diez puntos cada vez que lo consigan; dos golpeadores, que tienen que evitar que las bludgers (otras bolas que estorban a los jugadores) impacten contra los cazadores y tratar de dirigirlas hacia los rivales; un guardián que hace las funciones de guardameta para evitar que los cazadores introduzcan la quaffle en los aros y un buscador que persigue la snitch dorada, una pequeña pelota que vuela a gran velocidad por el terreno de juego gracias a dos alas. Atrapar la snitch supone 150 puntos para el equipo que lo consiga y en ese momento el juego se da por finalizado. Todo ello, con los jóvenes magos de Hogwarts montados en sus escobas.
En la vida real, el juego es prácticamente igual, salvo en todo lo referente a volar, claro. Los equipos son de siete y hay tres cazadores que tratan de introducir la quaffle (ahora una pelota de voleibol) en los aros rivales; un guardián que trata de evitarlo y dos golpeadores que juegan a balón prisionero lanzando pelotas contra los cazadores rivales. Los golpeados deben retroceder hasta sus propios aros y desde allí reiniciar el juego. El buscador, por su parte, debe hacerse con la snitch, una pelota de tenis envuelta en un calcetín que lleva un participante totalmente de amarillo atada a la cintura. Y todos, sobre con un tubo entre las piernas a modo de escoba. No son la Saeta de Fuego, regalada por Sirius Black a Harry, ni la Nimbus; ni siquiera vuelan, pero son lo peculiar de este deporte.
El quidditch comenzó como deporte en el mundo muggle en una universidad en Vermont (Estados Unidos) y su progresión ha sido espectacular. En España se creó en 2013 una asociación que hoy en día engloba a treinta equipos y que tiene su propia selección nacional para competir en Copas del Mundo. En Almería están los Basiliscos, mientras que en otras ciudades los nombres también evocan a la saga Harry Potter. Están los Hipogrifos, los Boggarts, los Dementores, los Lumos o los Buckbeak, entre otros.
Para jugar, no hace falta ser fan de la saga ni haber leído los libros ni visto las películas. La mezcla de deportes (contiene elementos de baloncesto, balonmano y rugby) hacen que practicantes de estos deportes se hayan pasado al quidditch, un deporte pionero también a la hora de la integración del colectivo LGBT ya que en todo momento no puede haber más de cuatro participantes por equipo del mismo sexo, tomando como tal aquél del cual se sienta cada uno de ellos.
En Almería, el quidditch llegó tras una convención de manga en la que tuvieron la colaboración del equipo de Málaga. Los Basiliscos cuentan ahora mismo con 21 integrantes que se desplazan por sus propios medios a jugar la liga nacional, en formato de concentraciones mensuales, y que entrenan en el cemento de las pistas polideportivas aunque la competición sea luego sobre césped, lo que hace que para practicar los blocajes tengan que irse a la playa. La cuota para ser un basilisco es de tres euros al mes, para cubrir gastos de reponer material, a lo que hay que sumar luego los gastos propios de la competición. Porque mientras no aprendan a usar su magia, tendrán que seguir desplazándose en coches o autobús, a falta de escobas que, de verdad, vuelen.
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