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El Rubial, el perdón de Uche y el viaje del Almería al fútbol de los noventa

  • Los de Rubi vivieron en Águilas la otra cara del deporte rey, la alejada del glamour profesional

La afición rojiblanca, en gran medida jóvenes, revivió los años de Segunda B

La afición rojiblanca, en gran medida jóvenes, revivió los años de Segunda B / D.A. (Águilas)

Dos imágenes icónicas dejó el fatigoso partido de la UD Almería en Águilas: la primera tuvo que ver con el perdón ofrecido por Kalu Uche nada más empujar a la red el balón que significaba el 1-1 para los locales comiéndole la tostada a Iván Martos, un central quince años más joven que el nigeriano. El de Aba, ascendido a los altares del olimpo rojiblanco, había sido ovacionado por los seguidores indálicos cuando tuvo que saltar al campo poco antes del descanso por lesión del lituano Petravicius. Con su timidez característica, el bueno de Kalu alzó las dos manos al cielo y se disculpó con africana sinceridad. Su gol dolió a los visitantes, pero me atrevería a decir que no tanto. 

Alfonso García, valga el inciso, ha convertido al conjunto murciano en una pequeña ONU en su afán por rentabilizar económicamente los fichajes o dar 'pelotazos' como solía decirse en el argot del román paladino. De tal modo ha juntado en el vestuario a un lituano con un nigeriano, un esloveno (Hodzic), un congoleño (Junior Loussoukou), un marroquí (Mounir Errahaly), un portugués (Leo Santos), un guinenano (Mamadou Cellou), dos croatas (Toni Jovic y Dinko Trebotic), un francés (Mike Gaffoor) e incluso un jugador de las exóticas -futbolísticamente hablando- Islas Feroe (Andrias Edmundsson). Todo ello para un equipo de 2ª RFEF, el equivalente a la antigua Tercera División. A fe que el exmandatario rojiblanco pretende reverdecer viejos laureles en el equipo de su tierra, siempre sin olvidar recargar la cartera.

Kalu Uche, a sus 39 primaveras, demostró que quien tuvo, retuvo Kalu Uche, a sus 39 primaveras, demostró que quien tuvo, retuvo

Kalu Uche, a sus 39 primaveras, demostró que quien tuvo, retuvo / D.A. (Águilas)

Pero no nos andemos por las ramas. La segunda imagen tuvo que ver con los seguidores agolpados detrás de la portería donde se efectuó la tanda de penaltis. La estampa fue propia de ese fútbol de los noventa que poco a poco ha ido desapareciendo y hoy en día ya se encuentra en peligro de extinción. Desaparecieron los campos de tierra por la hierba sintética, pero perduran esos feudos míticos como El Rubial donde siempre olió a césped natural y donde la afición siempre apretó detrás de una valla. Intentaron sacar de quicio a Samú Costa por todos los medios a sabiendas de que ya había fallado una pena máxima en el tiempo reglamentario, pero esta vez el luso acertó con la caja y lanzó una mirada furibunda, retadora, a quienes increpaban a apenas unos metros de distancia, sin foso ni pista de atletismo de separación, olvidando en unos instantes de frenesí que la cepa ómicron está a la vuelta de la esquina.

Muchos jugadores del Almería aprendieron una valiosa lección que en adelante les acompañará en sus carreras deportivas, la de la humildad consustancial al fútbol, ese deporte que iguala sobre el verde a once tipos con otros once independientemente de la cantidad que reflejen sus nóminas. 

Aficionados golpeando la valla metálica para generar presión ambiental Aficionados golpeando la valla metálica para generar presión ambiental

Aficionados golpeando la valla metálica para generar presión ambiental / D.A. (Águilas)

Fue sin duda una noche para el recuerdo para todos aquellos que se echaron a la carretera con la ilusión de un niño. Se tragaron 120 minutos y una tanda de infarto, pasaron frío en las gradas del remozado a la par que vetusto El Rubial, ovacionaron a un mito como Kalu, dejaron la comida fuera por prohibición y luego vieron con sorpresa que podía comprarse dentro (ayyy Alfonso...) y explotaron, estallaron de éxtasis tras el gol de De la Hoz que apenas significaba el avance a la siguiente ronda copera ante un rival de menor enjundia que puso las cosas muy empinadas. Pero mereció la pena deglutir todo eso en el viaje de vuelta con el compañero de fatigas y poder decir el día de mañana: "Yo estuve aquella noche en El Rubial en la que Kalu nos pidió perdón y todos se lo concedimos". 

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