La fuerza de Nadia
Polideportivo
Gracias a una familia ejemplar, a las bondades del deporte y a su corazón de guerrera, la roquetera supera las terribles y malignas secuelas de un tumor cerebral.
"Se puede, claro que se puede, nunca hay que tirar la toalla. Es duro, muy duro, pero al final siempre hay salida. Siempre hay que mirar hacia el frente, nunca por el retrovisor, si te paras un día, retrocedes dos. Sobre todo es muy importante escuchar y aceptar consejos. Si me permites quiero dedicarles estas palabras a Zaida y Nerea, ellas están luchando y seguro que van a salir". Son palabras, sabias y dolorosas de Amelia Castaño, una madre que ha dado una auténtica lección de coraje y que ha aprendido lo que es la vida de su hija.
Su férreo espíritu, sin embargo, todavía se tambalea cuando recuerda aquel infausto 2011. Los ojos le brillan por culpa de las lágrimas que amenazan con abandonar el lagrimal cuando a su mente regresa aquel sueño roto, aquel dolor tras un partido que amenazaba con tortícolis y terminó torciendo una vida: una sombra en el cerebro, que no era otra cosa que, por desgracia, un tumor. Nadia Bustamante, su hija, era una promesa del balonmano. Había ganado varios Campenatos de Andalucía y se había clasificado para los sectores nacionales. Pero eso no es todo, le habían otorgado una beca de Deportista de Élite y la Universidad le esperaba para estudiar Traducción e Interpretación. La salud de hierro y el corazón de guerrera le permitió a la joven, de 17 años por entonces, aferrarse con todas su fuerzas a la vida tras cinco interminables operaciones. Eso sí, la vida iba a ser distinta a la que se le planteaba. Ni mejor ni peor, tan sólo diferente. De ser un ejemplo en las canchas de balonmano, iba a convertirse en un referente de superación y vitalidad. Además, iba a tener en su madre a esa voz de la conciencia tan necesaria para obrar el milagro.
"La habían operado cinco veces, le pusieron una válvula y le quitaron la subclavia. Pero se le formó un coágulo que desembocó en un trombo pulmonar. Me dijeron que se iba...", aguanta a decir Amelia con la entereza de una luchadora nata, como demostró con creces ser su hija, "... pero salió adelante". No se rindió, una campeona nunca se rinde, una jugadora que ha levantado partidos que tenía prácticamente perdidos a falta de segundos, sabe lo que es la esperanza. Fue una remontada como nunca, la remontada de su vida. Como no podía ser de otra manera, junto a la joven estuvo el equipo médico del doctor Masegosa, con el que Amelia se deshace en alabanzas y agradecimientos.
De otra forma diferente a la natural, Nadia había vuelto a nacer. El tumor ya no existía en sus entrañas, pero las secuelas dejaron su cuerpo azotado y castigado. Ni corta ni perezosa, la familia Bustamante Castaño, decidió que la roquetera tenía que irse a Barcelona a un centro de neurohabilitación a empezar de cero. Su cerebro estaba dañado, pero su corazón bombeaba manantiales de fe . "Mi hija entró en silla de ruedas y salió andando", dice orgullosa y con gesto triunfante su madre: "Estuvimos allí cuatro meses en los que no paró de venir gente a ver a Nadia. Familiares, amigos, compañeros... Cuando entramos, ella no podía hablar, apenas emitía ruidos. Lo primero que comenzó a pronunciar fue "tonta" y me decía una doctora que era el insulto que más alegría le hacía que le dijeran", recuerda a modo de anécdota Amelia, sentada en los banquillos del Estadio Antonio Peroles de Roquetas mientras Nadia asiente divertida y su hijo José Manuel escucha con la atención que sólo los psicólogos prestan. Su marido, también José Manuel, espera en la bocana de vestuarios, consciente de que la gran protagonista es su hija.
Poco a poco, la historia va deshojándose de su parte dramática y recupera pétalos de ilusión. "En la Clínica Guttman hacía mucha piscina, trabajaba con el logopeda, acudía a terapia ocupacional, pero cuando alguien se despistaba, ella aprovechaba y se iba con la gente de Eduación Física", asegura recuperando la sonrisa Amelia, momento que aprovecha su hijo José Manuel, otro deportista empedernido y árbitro de fútbol en Andaluza, para contar otra anécdota tan desgarradora como impregnada de vitalidad: "Cuando mi hermana estaba en estado vegetativo, le poníamos una pelota en la mano y era capaz de cogerla y no soltarla". Los reflejos de la guerrera que lleva dentro.
Meses después, mermada todavía su capacidad motriz y su habla, Nadia recibió una de las mejores noticias en forma de papel que le otorgaba el alta médica. Mentalmente volvía a ser aquella joven risueña que jugueteaba por Roquetas, físicamente tenía mucho que trabajar e iba a encontrar en su madre a la profesora ideal y en José Juan Rubí, concejal de Deportes, a algo más que un amigo. Amelia sacó de su armario los chándal, se ató fuerte los tenis y se preparó para darle caña al cuerpo. Apeteciera o no, sabía que no había mejor terapia para su hija que mover el esqueleto y a eso se pusieron las dos. "Hacemos atletismo, zumba, sevillanas... La fuerza nos la da ella a nosotros, ¿quién me iba a decir a mí que me iba a meter yo con ella para hacer ejercicios en la piscina cuando siento auténtico pánico por el agua", exclama mientras mira la pista de atletismo por la que minutos después le iba a tocar correr.
Ahora Nadia es otra, sólo hace falta mirarla. Quizás le cueste todavía expresarse, pero sus ojos hablan por sí solos; quizás no vaya a ser la sucesora de la roquetera Carmen Martín en las canchas de balonmano, pero el partido de su vida lo ganó en 2011. Y una vida que vivir vale infinitamente más que cualquier campeonato o que billones de euros. Sobre todo, cuando tu familia lo da todo por ti. Hoy por hoy, Nadia prácticamente se vale por sí misma. Sus amigos se la llevan a Cabo de Gato, estuvo trabajando en la tienda Decathlon de Vícar durante el pasado verno, completó con su hermano un circuito de Multiaventuras que a cualquiera le hubiera costado Dios y ayuda, cuida y es responsable de su perra Mara, un beagle a la que quiere con todas su fuerzas.
Y no sólo eso, sino que la roquetera se enfrentó y le ganó a una enfermedad mortal, y ahora ha decidido coger el timón de su futuro. "Ella siempre ha querido saber lo que le pasó, se lo hemos explicado y creo que lo entiende. Al médico alguna vez le ha preguntado si va a recuperarse totalmente y le ha dicho que sí". Una respuesta esperanzadora para una niña que nunca la ha perdido. Sin sentirse ejemplo, con esa cara de no haber roto nunca un plato y con los lógicos nervios que siempre crea la prensa, Nadia lo es todo para las personas a las que una mancha en una radiografía les cambia la vida.
La roquetera se sitúa en una de las calles de la pista de atletismo, junto a su madre y su hermano. Es hora de trotar, de hacer los ejercicios diarios. Siempre con la vista puesta al frente, siempre con la cabeza bien erguida, siempre con ganas de vivir un día más.
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