Tiempo de agonía e incertidumbres: “Españoles, Franco ha muerto”

50 años de la muerte del dictador

La enfermedad y muerte de Franco fue el acelerador de varios procesos que anunciaban la descomposición política y social de una dictadura que estaba fuera de su tiempo

4:58 horas, campanilla y teletipo: "Franco ha muerto · Franco ha muerto · Franco ha muerto"

Última aparición pública de Franco, en el balcón del Palacio de Oriente el 1 de octubre de 1975. A su izquierda, detrás de él, el entonces príncipe Juan Carlos. / Efe

Cuando a la diez de la mañana del jueves 20 de noviembre de 1975 un compungido Carlos Arias Navarro comparecía ante las cámaras de Televisión Española para comunicar el fallecimiento del general Francisco Franco –“Españoles, Franco ha muerto”– y leer su testamento político, lo que en realidad hacía era certificar a la vez dos defunciones: la del dictador que durante casi cuatro décadas había mantenido un poder omnímodo, basado en el miedo y la represión, y la del sistema político que, mediante una compleja coalición de intereses, había permitido mantener ese régimen. Con la perspectiva que da el medio siglo transcurrido se puede afirmar que Franco y el franquismo murieron el mismo día, pero ambos venían desde tiempo atrás experimentando un deterioro, físico en el primer caso, social y político en el segundo, que anticipaba el desenlace fatal.

El franquismo como régimen político inició la pendiente hacia su colapso dos años antes. El asesinato del presidente del Gobierno, almirante Carrero Blanco, el 20 de diciembre de 1973 marca una deriva que ya no tiene enmienda. ETA –sola o en compañía de otros– asestó un golpe mortal a un sistema que, mal que bien, había conseguido desde el Plan de Estabilización de 1959, con la liberalización y la apertura al exterior de la economía, mejorar las condiciones de vida de la inmensa mayoría de los españoles que a cambio se resignaron a una especie de aceptación pasiva del franquismo a la espera de que las cosas fueran evolucionando desde dentro o desde fuera. Sin embargo, los efectos de la crisis económica de 1973, que rompió la economía española, y las contradicciones que afloraron tras la desaparición de Carrero y su sustitución por Arias Navarro revelaron la podredumbre de un régimen que ya no colmaba ni de lejos las aspiraciones sociales y políticas de unos españoles que miraban a Europa y que querían dejar de ser una excepción casposa y autoritaria.

Los acontecimientos empezaron, a partir de enero de 1974 y hasta la enfermedad de Franco, a sucederse a una velocidad vertiginosa y cada uno de ellos era un nuevo desconchón que dejaba ver las grietas de un régimen en derribo. Por hacer una lista no exhaustiva se pueden citar: las peleas internas en la camarilla del franquismo que dieron lugar al nombramiento de Arias, el fallido intento aperturista del Espíritu del 12 de febrero y la rápida marcha atrás que dio el propio presidente, los rugidos de la extrema derecha franquista ante cualquier veleidad aperturista que se reflejaron en el manifiesto conocido como el gironazo, el incremento de la actividad terrorista con el atentado indiscriminado en la cafetería Rolando, de Madrid, y el asesinato de varios policías, la Revolución de los Claveles en Portugal, la tromboflebitis de Franco de julio y la primera asunción provisional de poderes por parte de Juan Carlos, los consejos de guerra y fusilamientos de septiembre, la campaña internacional contra el franquismo con incidentes graves en varios países y, finalmente, la crisis del Sahara con la Marcha Verde y la vergonzante entrega del territorio a Marruecos.

Carlos Arias, tras ser nombrado presidente del Gobierno, con Carmen Polo, esposa de Franco. / Efe

Esta lista, que podría haber sido mucho más exhaustiva, hay que enmarcarla en un contexto de rápido deterioro económico, con una inflación disparada que se traducía en una merma importante de los salarios reales, en la gestión de un Gobierno caótico marcado por la incapacidad de Arias para coger las riendas y en un ambiente de elevada conflictividad política y social, especialmente en los cinturones industriales de las grandes ciudades y en las universidades. En 1975, pocos meses antes de que muera Franco, se producen unas elecciones sindicales en las que las comunistas Comisiones Obreras copan los puestos de representación en el sindicato vertical, un fenómeno al que luego la historiografía no ha dado la importancia que tuvo como reflejo de un doble vector: la descomposición interna de una de las principales maquinarias de poder de la dictadura y la fuerza con la que los comunistas llegaban a la fase terminal del franquismo. Ambos explican muy bien parte de lo que pasaría en los siguientes meses y años.

En este ambiente de máxima efervescencia arranca la enfermedad final de Franco. Su última aparición pública en el balcón de la Plaza de Oriente el 1 de octubre de 1975 sirvió para que los españoles comprobaran a través de la televisión su enorme deterioro físico y que seguía obsesionado con sus fantasmas de siempre: la conjura internacional judeo-masónica-marxista. En todas las imágenes y fotografías de ese día se puede ver, destacando por su altura, al entonces Príncipe Juan Carlos de uniforme y con cara de circunstancias. A Franco no se le volvería a ver con vida.

La crisis económica de 1973 y el asesinato de Carrero marcan el colapso de la dictadura

Salvo los muy politizados en una u otra dirección, la inmensa mayoría de los españoles asistió a ese proceso sin euforia ni excesiva pena. Pero sí con una enorme preocupación por el futuro y en medio de una enorme incertidumbre. Como queda dicho más arriba la España que despide al dictador es una sociedad de clases medias que compagina un deseo vehemente de libertad y de incorporación a Europa con la firme voluntad de no ceder en los niveles de bienestar alcanzado y, sobre todo, de no repetir la experiencia traumática de la década de los treinta y de la guerra civil, entonces muy viva en el imaginario social, aunque muchos españoles no la habían vivido y no habían conocido otra experiencia política en su vida que el mando del anciano general que agonizaba en el Hospital de la Paz.

Es esa mezcla de deseo de libertad y de incertidumbre es la que va a actuar como motor de arranque de la Transición una vez que Juan Carlos asume los poderes de Jefe del Estado y que Franco es sepultado bajo una losa de varias toneladas en el Valle de los Caídos. En 1969, Franco había designado a Juan Carlos como sucesor en una operación política compleja que miraba a varios frentes: deshacía de forma definitiva las aspiraciones de don Juan de Borbón, intentaba asegurar que a su muerte no se iba a producir una involución violenta de su régimen que, aunque muy modificado, debería pervivir y, también muy importante, en virtud de estas dos circunstancias las élites de la dictadura, tanto las económicas como las políticas, se aseguraban un lugar en el tiempo que estaba por venir, aunque ello las obligara a adaptarse, travestirse e incluso jugar a su propia autoliquidación.

Es imposible saber, a no ser que salgan documentos que todavía se desconocen, qué pensaba Franco de la evolución que seguiría el régimen una vez que él desapareciera. Como es imposible, hoy por hoy, conocer las ideas de Juan Carlos sobre las posibilidades de evolución desde las Leyes Fundamentales, que había jurado cumplir, a una Constitución democrática dentro de una aparente continuidad legal sin rupturas traumáticas.

Pero lo cierto es que se hizo. Que esa evolución fue posible a través de la Ley de Reforma Política y que las élites del franquismo pudieron, en la incipiente democracia, tener un lugar bajo el sol y seguir durante muchos años detentando parcelas de poder y de influencia. Seguramente el país salió ganando con ello porque se ahorró tensiones que hubieran puesto en cuestión los frágiles equilibrios de la Transición.

Una vez muerto Franco las incertidumbres no sólo no se disiparon, sino que en muchos aspectos se hicieron más evidentes. Hoy es una evidencia que la desaparición física del dictador actuó como acelerador de todos los procesos que entonces ya estaban en marcha y que terminarían trayendo la democracia. Medio siglo después de aquellas semanas es pertinente volver a traer la frase, recordada estos días por su amigo Miguel Ángel Aguilar, que algunos años después pronunció en una conferencia una de las mentes más agudas del tardofranquismo, el periodista y miembro de la oposición democrática Julio Cerón: “Cuando Franco murió se produjo gran desconcierto: ...no había costumbre”. Tan brillante y ocurrente como cierta. Pero los españoles se acostumbraron pronto a vivir lejos de la sombra del dictador y decidieron abrazar un futuro de libertad que es el que, con todos sus altos y sus bajos, nos ha llevado a la España de hoy, en la que Franco y el franquismo no dejan de ser fantasmas de un pasado que queda ya muy lejos, aunque de vez en cuando nos visiten.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último