Feria

Antonio Benavente 'Fuegovivo'

  • No de manera gratuita calificaba ayer a Luis Méndez Cañadas de santo laico. Antes de proseguir con Fuegovivo en esta segunda entrega ferial, vean los valores que atesoraba y el amor hacia el prójimo, virtudes que para mi las quisiera

Luis el de los perros. Muy de mañana Luis acudía a Pescadería y como ya en la subasta sabían de sus protegidos, le llenaban el cesto con jureles, sardinas o potas. Su destino era el Asilo anexo al Hospital Provincial. Con tal iniciativa los niños allí acogidos podían comer pescado fresco una vez a la semana. Ahora la operación altruista la repetía pidiéndole a unos y otros cigarrillos sueltos o paquetes de aquellos baratos Celtas, Ideales o Peninsulares. Con una bolsa repleta se presentaba en el antiguo Manicomio de la Cta. de Níjar, dirigido por el Dr. Arigo y Sor Policarpa, donde los repartía entre los internados que así podían "envenenarse" de nicotina los martes y jueves.

Cansado, incomprendido y huérfano, Luis ingresó en el Hospital, donde cumplidos los cincuenta falleció de una insuficiencia respiratoria aguda. Aunque yo me malicio que fue de desamor y tristeza, hastiado de una sociedad que sólo supo ver en él al hombre desaliñado y trasgresor de ñoñas normas. La tierra del camposanto de San José le sirvió de sudario a nuestro particular, civil y profano san Francisco de Asís.

Antonio Benavente Fuegovivo

Yo no he tenido la culpa

de venir al mundo así,

tan vago y sinvergüenza,

con la mano en la nariz

La copla se ajusta con precisión suiza a los rasgos éticos y estéticos que distinguieron a Antonio Benavente Manzano "Fuegovivo". El alias no se sabe a ciencia cierta de donde lo tomó: de un antepasado vendedor de cerillas de la época, fácilmente inflamables, o de cuando haciendo la Melilla explosionó el polvorín cuando se hallaba de guardia. En cualquier caso, tan a gala lo llevó que hasta en el Libro de Enterramientos de San José figura su apodo. Un sátiro enjuto de carnes que, junto a la Niña Dormida -por citar a un destacado espécimen femenino- conformaba el lado oscuro de la picaresca almeriense de mediada la anterior centuria.

Aunque pudo alcanzar el reconocimiento como reputado zapatero remendón, su desafección por el trabajo solo le trajo problemas. En una época de su vida tenía el taller en su casa de la calle Lirón, donde vivía con su madre. Con un ojo al parecer enfermo, tapado por cortilla de tela mugrienta y la mano cubriendo la nariz -ora derecha, ora izquierda, a la voz de "relevo"-, campaba a sus anchas por la ciudad, más en el centro que en la periferia, con marcada querencia por la plaza de san Pedro. La glorieta fue habitual testigo de sus acosos y tocamientos furtivos a niñeras y mocicas llegadas del pueblo a servir en casas de señoricos. Censurable baboseo antes de que el novio de turno o el municipal de servicio le endiñaran dos guantazos; o que la Policía Armada lo trasladara al trullo de la antedicha Cta. de Níjar, donde pasaba frecuentes temporadas. La verdad es que no inspiraba confianza entre el personal dada su mala pinta y peor fama. La prensa se hizo frecuente eco de redadas en las que acompañaba a El Garbancero, Niño de la Casera, Pavancho, Manolón, El Cabrero y un extenso etcétera de mendas nada recomendables.

Fuegovivo era vago hasta decir basta. A la espalda ni un gramo, a la conciencia todo el peso que quieras, se jactaba ante de rematar con una frase suscrita por colegas del "antes muerto que doblar el espinazo": el trabajo embrutece, envejece y ni dios te lo agradece… Antonio era en cambio un visionario del urbanismo pragmático. Sus tres iniciativas estrellas, no tenidas en cuenta por el Consistorio, habrían desatascado el Pgou y cambiado la faz capitalina, según proclamaba a los cuatro vientos:

1ª) Blanquear la Alcazaba; 2ª)Techar y peatonalizar el Paseo; y 3ª) Niquelar el Cable Inglés de Las Almadrabillas.

Nacido en 1911, falleció en el Hospital, soltero y sin descendencia conocida, el 8 de noviembre de 1967, víctima de una "miocarditis" y no de enfermedad venérea, tal y como algún maldiciente propaló.

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