Tapiceros, cirujanos plásticos de sillas y sillones de los hogares
La crisis también afecta a este oficio Un trabajo artesano que está desapareciendo
Dedicación y esfuerzo en un negocio tradicional. José Ibáñez lleva desde los doce años dedicándose a la tapicería. Tiene 65, así que lleva más de medio siglo siendo un artesano que restaura sillas y sofás. En un rincón de la calle Real del Barrio Alto se encuentra su local, en el que son protagonistas una máquina de coser y una radio con más de 70 años. "En esta tienda llevo 42 años y todavía tengo clientes de cuando empecé a trabajar en esto", dijo. Al igual que en muchas otras empresas, la crisis se ha influido en los beneficios. "Esto no es un negocio de primera necesidad, con lo cual la mala situación económica ha hecho daño". De hecho, antes de la crisis José tenía a dos personas contratadas. "Mis hijos no quisieron dedicarse a esto, fueron a la universidad y no continuaron con el negocio familiar". "Es un oficio que se está perdiendo porque ya no pasa de padres a hijos". Él ya está a punto de jubilarse y aseguró que seguramente cierre el negocio, porque no cree que nadie quiera comprarlo. "Soy uno de los tapiceros más veteranos de la ciudad que siguen trabajando, ya apenas hay. Soy el único de los que se formó en el taller Mañas que sigue en el oficio", aseguró.
Los productos que arregla suelen ser antiguos, ya que asegura que el mobiliario moderno no aguanta por la mala estructura y que normalmente no se pueden reparar o no merece la pena. "Hay sofás de más de 50 años que se pueden restaurar, aunque haya que arreglarle la estructura. Cuando llevas tantos años en esto te haces hasta carpintero", dijo. El coste de reparación suele ser elevado en comparación con lo que puede costar comprar una pieza nueva, aunque la estructura sea peor. "Hay gente que prefiere gastarse 80 euros en algo nuevo que 60 en tapizar y restaurar un pieza antigua", dijo José. Trabajar hasta que tenga salud, eso es lo que hará este tapicero, uno de los que más años lleva en la profesión. Eulogio Guil ha heredado el negocio que fundó su padre en 1974; José Guil Espinosa, que da nombre a su comercio, situado en la avenida Federico García Lorca, enfrente del parque infantil. "Empecé a trabajar con 17 años pero cuando estaba en el instituto ya lo hacía por las tardes, era mi sitio de juego y de castigos", dijo entre risas. Le echaba una mano a su padre, le fue gustando y acabó dedicándose a ello. "Es un oficio entretenido, aunque no lo parezca no se hace siempre lo mismo; un día haces un sillón, otro un cabecero...".
Eulogio aseguró que es un negocio familiar y que nunca han podido contratar a nadie. "Es un trabajo para vivir en el que no existe un horario. Puedes tener un intervalo de tiempo de apertura, pero cuando hay productos que terminar tienes que hacerlo", señaló. La fidelidad de la clientela es muy importante en este tipo de comercios, "si haces un buen trabajo siempre vuelven, además nosotros nunca hemos tenido publicidad, nos basta con el boca a boca" añadió. Hizo un balance sobre el tipo de muebles que restaura y dijo que el 75% tienen más de 30 años y el 15% más de 50. "Somos como un cirujano plástico, conseguimos una nueva consistencia y que le cambie la cara". A parte del trabajo de restauración, también suelen disponer de un vehículo de grandes dimensiones, tipo furgoneta, para recoger y llevar los muebles. "No puedes contratar a una empresa para que lo haga, porque los costes son inasumibles", concluyó Eulogio.
Quizá algunos ciudadanos que se hayan fijado al pasar por uno de estos establecimientos se pregunten por qué la mayoría de tapiceros trabajan en una silla pequeña, excesivamente baja. Pues bien, esta es una herramienta más de trabajo indispensable, para poder trabajar con el mobiliario, sobre todo a la hora de grapar.
"La tapicería es arte", dijo Pedro Montoya, que también se dedica a este oficio que heredó de su padre, con la diferencia de que su hijo se dedica a ello, al igual que su hermano. Está tapizando una silla de muelles antigua, mientras explica que dejó el colegio a los doce años para comenzar a trabajar en un taller, por lo que lleva 47 años restaurando sillas, sillones y sofás.
Algo en lo que coinciden estos tres tapiceros es que lo más importante para dedicarse a este oficio es que te guste. Un trabajo tradicional y artesano que desgraciadamente está comenzando a perderse.
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