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Silvestre Manuel González, el doble de Jack Nicholson, vive en Roquetas de Mar

Nacido en Felix, trabajó en el Hotel Meliá Aguadulce, luego se marchó a Barcelona al mundo de la hostelería donde vivió con pasión el teatro y el cine hasta su vuelta a Roquetas de Mar

Silvestre Manuel González, en su casa natal, en el municipio de Felix. En este espacio se agolpan muchos recuerdos de su vida. / Diego Martínez
Diego Martínez

10 de septiembre 2022 - 20:43

Silvestre Manuel González González, nació el 9 de julio de 1954 en Felix. Siendo muy joven trabajó en el único hotel que albergaba entonces a los actores y actrices que venían a la provincia a rodar. Luego vivió la época de esplendor de las Olimpiadas en Barcelona y ahora de nuevo regresó a su tierra.

Manuel proviene de una familia humilde, donde su madre era la ‘comadrona’ del pueblo, asistía a los partos con su botiquín. En Madrid había hecho estudios de enfermería. El padre de Manuel era un gran trabajador en el pueblo, aparte de ser un galán. Uno de sus abuelos había estado ya trabajando en Filadelfia, y había regresado a sus raíces con algo de dinero.

Era un chaval muy inquieto que se refugiaba en su casa, una de las más viejas del pueblo. “Yo era un niño y escuchaba la radio mucho. Mi hermana me enseñaba a bailar”. Y luego se colaban en el cine sin pagar, y Manuel se mostraba fascinado por los actores. “En una habitación de mi casa, yo me ponía a interpretar y las vecinas le preguntaban a mi madre, que hace tu hijo dando voces, y ellas les decía, es que a mi hijo le gusta esto del teatro”.

Manuel siempre ha sido un gran observador y no perdía detalles de nada. Había dos escuelas, la escuela de los menores y la de los mayores. “Mi primer maestro era a la vez el practicante del pueblo. Nos ponía dictados y se iba a poner inyecciones. Nos decía cuando vaya a poner inyecciones os peleáis pero no os hagáis sangre”. Luego llegó Don Manuel, que también era el alcalde. “Era duro y además pegaba. Daba unas guantás muy variadas que cuando la recibías te dejaba perdido”.

Su primer trabajo fue de botones en el Hotel Meliá Aguadulce, lo que hoy se conoce como Playadulce. Entró de botones y fue cuando tuvo la suerte de conocer a Brigitte Bardot, Ursula Andress, Yul Brynner o Alain Delon. Manuel era muy avispado y se ganaba la simpatía de todos. “Esos años fueron inolvidables para mí. Entré en 1969 y viví la época dorada de los rodajes de películas”, comenta.

Durante seis años estuvo en el servicio de Room service en el hotel donde se hizo amigo de Ursula Andress. “Fue algo impactante. Yo le llevaba todas las mañanas el desayuno a la habitación. Me llamaba Manolete. Y yo llegaba con mi chaqueta y mi pajarita y me decía: “Bonjour Manolete. Viens ici. Donne moi un petit bisou (Buenos días Manolete, venga aquí y deme un pequeño beso”. Se ponía colorao como un tomate. Curioso, de Charles Bronson comenta que era un hombre muy particular.

Recuerda que la actriz Brigitte Bardot vino al menos en tres ocasiones al hotel. “Era bellísima, eso si también algo extravagante. Apareció con un Rolls Royce blanco y un chófer de color. En el hotel tenía alquilada una planta entera y había una habitación solamente para sus perros. Tenía varios y había una persona que se encargaba de cuidarlos”.

En el año 1984 llega a Barcelona donde alterna su trabajo en la hostelería con la interpretación. Hacía casting y muchos talleres de teatro, era un enamorado de la obra de Shakespeare. En Barcelona le fue muy bien y tiene gratos recuerdos. “Hice mucha publicidad y además me escogieron como figuración especial en la obra Medea dirigida por Nuria Espert en las Olimpiadas”.

Una agencia regentada entonces por Marta Flores lo descubre como el doble de Jack Nicholson. “Me sacaron en un periódico nacional y poco a poco me llamaron muchas empresas y agencias para hacer distintos trabajos bajo esa premisa que era muy parecido físicamente al actor que además me encantaba. “Lo llegué a conocer en las Olimpiadas, ya que vino con Michael Douglas. Una noche tuve la suerte de hablar con él, y se quedó perplejo puesto que había un gran parecido entre los dos”.

A lo largo de los años ha ido guardando en escritos sus vivencias que han sido muchas. Por eso, ahora está preparando unas memorias que quiere publicar, para que todo lo acontecido en su vida quede reflejado para siempre. Hace casi 20 años decidió volver a su tierra y montó un restaurante que se llama Plató.

Hoy su vida se mueve entre cazuelas y su vieja casa que parece un museo. Sigue muy activo regentando su restaurante, lo llaman para participar en casting porque en la sangre lleva la interpretación. Cuando tiene tiempo sube a su vieja casa que tiene más de dos siglos y allí observa sus viejos enseres a modo de museo. “Tengo una radio antigua y conservo perfectamente la vieja cantarera y cosas antiguas. Le saco sabor a aquello cada vez que voy y me recuerda mi niñez y mi juventud”, confiesa.

Cuando entra por la puerta de la vieja casa, los recuerdos se le agolpan en la memoria. Enseña las dependencias de la vivienda con orgullo. “Esta es la cama donde yo nací”, sostiene al tiempo que deja claro que “algunas veces cuando vengo a esta casa, no puedo reprimir las lágrimas, son tantas cosas las que viví en mi pueblo cuando era muy joven”, apunta.

González es un tipo digno de conocer, tiene muchas vivencias, muchas anécdotas y también recuerdos. Ha conocido a personas muy ricas, famosas y a otros que evidentemente tenían menos, pero siempre se ha portado con mucho respeto con todos. Es un señor de los pies a la cabeza, que es muy ameno en sus explicaciones. Escucharlo recital poesía o pasajes de la literatura universal de memoria es ya un espectáculo en sí mismo. Porque Manuel en su vida sabe como nadie interpretar. Es algo vocacional y que además nació con ello.

A sus 68 años está ilusionado con los proyectos que le brinda el futuro. Tiene ganas de subirse al escenario, de ponerse delante de una cámara, e incluso en su mente ya piensa escribir un libro con su vida, que aparte de intensa es muy interesante. “Tengo grandes historias de mi vida con otras personas que serían dignas de contar. Material hay de sobra, y muchas fotografías. Cualquier día me arranco a poner en orden lo escrito”. Mientras tanto guarda celosamente una fotografía con su madre, Teresa, un ser excepcional. Silvestre Manuel González es un ser digno de conocer.

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