Escribir, borrar, reescribir, borrar, empezar de nuevo. Aquellos que se dediquen a cubrir la información del Almería sabrán de lo que hablo. Este equipo te niega una fluidez de escritura que te condena. Acabas cayendo en una desidia propia del juego de este conjunto. Cuando parece que arrancas y comienzas a redactar las primeras frases acaba viendo esa hostia de realidad, como los errores en defensa de una zaga insegura y una frágil portería. No le encuentras explicación y prosigues con tu texto. Mechero. Un cigarro se enciende con una llama similar al talento de una plantilla que acaba apareciendo siempre. Es en ese momento en el que acabas conectando con el papel. La magia se distribuye en los párrafos con el inconveniente de la memoria. Recuerdas los últimos partidos. Contextualizas. El Almería es colista, solo ha sumado dos de los 18 puntos posibles y las piernas tiemblan. Vicente Moreno acaba de aparecer en escena. El intervencionismo desde el banquillo fulmina los partidos. Robertone sustituido en el estadio de La Cerámica o el cambio de Koné por Lopy son buenas muestras de ello. Un ruido de taladro en plena sinfonía de Beethoven. Un llanto de un bebé en una obra teatral. En la élite no hay segundas oportunidades. Juegas sin una vida extra, al borde de un abismo al que el Almería se ha asomado con descalabros importantes en demasiadas ocasiones. Los rojiblancos están metidos en una vorágine similar a cuando juegas a un videojuego en una dificultad superior a la que requiere tu nivel. Algunos todavía piensan que esto va de tener más o menos fortuna. La mala suerte es el banal recurso de los que no admiten la derrota. Soy yo asumiendo el fracaso de estas líneas. Benito Kamelas cantaba aquello de “sin preocuparnos que un día la magia se iba a acabar”. Porque este equipo no provoca adicción, no conjuga el verbo enamorar y, lo más preocupante, no transmite, no engancha. Esclavos del sufrimiento.
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