De toda la vida se ha establecido la llegada del descanso navideño, con su parafernalia, su estética y sus mantecados y turrones, como la línea roja que marca para un entrenador si la cosa va medianamente bien o anda torcida. Que tu entrenador se 'coma el turrón' debería ser el mínimo exigible a un club antes de tomar una decisión que, en muchas ocasiones aunque no siempre, suele ser precipitada y errónea, pero estamos hartos de ver ejemplos en los que ni mucho menos es así. De hecho, y dados los muchos despidos otoñales que se producen últimamente, el imaginario popular acabará modificando la frasecilla de marras y obviando los turrones navideños para utilizar, qué se yo, quizás el Día de los Santos como fecha comparativa. "Veremos a ver si ese llega al Día de los Santos... o al de los Difuntos", comenzará a escucharse pronto, vaticino, en el universo fútbol.

Ayer fue un día negro para los entrenadores almerienses. Dos en categorías profesionales y dos rescindidos el mismo día, cuando apenas está comenzando octubre y el inicio liguero se produjo hace un par de telediarios. Es verdad que lo de Francisco con el Elche, tras sumar un punto de 21 y teniendo en cuenta que la Primera División es una jungla demasiado salvaje como para andar titubeando, puede ser más entendible; aunque lo de Molo en el UCAM, en una liga tan difícil y ratera como es la antigua Segunda B (cuarta categoría nacional), es más complicado de tragar. Por muchas aspiraciones de ascenso que se tengan en el verano, echar a un técnico recién fichado después de cinco partidos, aunque solo haya ganado uno (y empatado dos) es algo que se sale de cualquier lógica, y que normalmente no da resultado.

El cortoplacismo se ha instalado en cualquier categoría y ya no es solo Lopetegui el que empieza a hacer las maletas mientras su club negocia los términos del contrato con el nuevo. Ningún míster puede estar tranquilo en casi ninguna categoría y es lo que hay. ¡Lo del turrón queda ya tan lejos!