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Crítica de arte
Mariano Fortuny y Marsal (Reus, 1938-Roma, 1874) fue uno de los renovadores de la Pintura española en el siglo XIX, sacándola de su letargo para introducirla en las corrientes europeas. La obra de este pintor fue amplia y variada en temática, recogiendo temas de su tiempo, continuando modos tradicionales, lo que no le impidió introducirse en el horizonte innovador de la plástica futura. En su obra siempre permanece el color, unas veces denso, agolpado, intenso, grávido, donde la mancha cromática supera las formas, organizando la comprensión de la imagen en el espectador, de tal forma que al observarla se trasmite frescor, agobio del espacio cerrado, diafanidad serena, silencio, abandono, emociones depositadas por la decadencia de los días… todas estas sensaciones son transportadas en aquellas obras en las que el pintor recrea temas sociales, interiores de estudios y bibliotecas, reuniones de sociedad, escenas domésticas, mas se va liberando para abrirse al mundo de la gente humilde, unas veces sumidas en claroscuros desvaídos, como queriendo representar el descubrimiento inesperado. En otras se asoma al exterior, descubriendo la luz cegadora, intensa, triunfante, signo perpetuo de nuestra tierra. En unas piezas el costumbrismo sienta su presencia, siendo el mundo de la tauromaquia uno de sus temas favoritos, en otras es la vida llana, liberada de tópicos. Dentro de la fuerza estilística impuesta por el romanticismo, introduce los temas orientales, su exuberancia, las odaliscas, seducido por lo diferente, y, a la vez, la nostalgia ante los monumentos islámicos. El norte de África supuso una fuente intensa de inspiración para su obra, lugar donde descubrió la plenitud de la luz.
Pintó también batallas, en las que el color, su tonalidad y disposición de las agrupaciones cromáticas, van dictando el ritmo dramático, y a la vez heroico, del combate. En estos cuadros bulle la imagen, queda impresa en la mirada.
Los paisajes atraparon su atención, pues en ellos descubrió la fuerza de claridades exultantes, briosas, intensas, desbordantes hasta la ceguera de la retina, en los que describió la fuerza de la tierra, los gritos de los espacios desolados.
En su plasmación avanzó en el entendimiento de la conjunción del color con el fulgor solar, llevando la imagen hacia una representación en el que la figura amaga con su disolución, llegando a las puertas del arte contemporáneo, mas sus obligaciones con su marchante le ataron a un estilo definido. No por ello supuso el inicio de la innovación, y renovación, del arte plástico español.
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