
Joaquín Aurioles
Las instituciones informales
En el trascurso de una charla literaria y café, me ha entregado el poeta José Antonio Sáez, su libro Mar de las Ágatas, recientemente publicado por la editorial Alhulia.
Nada más leer el primer verso quedo advertido de cuanta buena lectura me espera en su travesía. Inmejorables poemas conforman este poemario que el poeta ha ido desgranado desde esa timbrada lucidez que los años han sabido en José Antonio dar sabiduría, íntimas reflexiones, cogidas desde lo más profundo que la palabra guía en un temblor ligero de auroras boreales, de protones bien afinados al diapasón que el viento bambolea en un mar de luminiscencia. Camina el poeta, vive en lo inconmensurable que atesora el recuerdo y, en habitadas melodías, va deshilando las últimas fronteras con un verso profundo, nada impostado, verdadero como ha de ser la buena poesía. Poemas que dan fe de lo vivido y afrontan el presente. Versos bien medidos y acordados por un poeta que sabe mucho de poesía.
Dignidad, piedad, honestidad, honradez, empatía, son palabras hermosas necesarias que hay que tener siempre presentes y hacer de ellas un ejemplo cotidiano de entrega y generosidad, de esos valores va la obra poética de José Antonio. Poesía conciliadora que busca en la belleza de la lírica transmitir esas palabras que nos han de hacer grandes como seres humanos. Mar de las Ágatas es un compendio de todos esos valores, donde la poesía se tiñe de ternura y compromiso con los más vulnerables: el poema Cirineo, se rebela como el mejor de los poemas sociales y no debería pasar desapercibido. En los primeros versos ya aflora el dolor, la vulnerabilidad de quienes marginados intentan sobreponerse: “A veces el dolor es lacerante / y no puede cargar con tanto peso”. Termina el poema con una voz recia, increpando en los últimos cuatro versos la inacción de aquellos que pudiendo miran siempre hacia otro lado: “Yo estaba entre la gente bulliciosa, / inseguro en mi silencio hasta que alguien/ me arrastró a ti increpándome violento/ y, apremiándome, me dijo: ¡Ayúdale!”.
Igual que en Cirineo, el poema Dignidad habla del maltratado, del ninguneado, de quienes ante la indiferencia se aislaron para sentirse libres y honrados, / “así algunos hombres, los mejores, quizá, / se aislaron del mundo ante la indiferencia / y el menosprecio de sus semejantes”, hombres de buena voluntad, / “Con modestia, pero con la dignidad de un gigante”.
En “Mar de las Ágatas”, se dan todos esos valores donde la poesía adquiere fortaleza, son todos los sentimientos vividos, la voz del invisible, las emociones sentidas, el amor nunca conquistado: “Lo que duele en verdad es el desamor (…) / ese ignorarte y no considerarte, / como si tú no fueras ser sensible / ni, acaso, tuvieras emociones”.
Y en este otro: “Si ves entre gardenias un te quiero (…) / no me prives de aquello porque muero”. Aunque el libro se divide en tres partes, no hallo en su lectura esa diferencia que denote un cambio a tener en cuenta de un tramo a otro, la sensación que me transmite esta travesía de versos es la de estar ante un libro uniforme, puesto que cada poema en sí mismo es un acto de amor, de compromiso en el que el poeta se entrega en lo cotidiano y visceral de las cosas y seres que lo circundan. Desde ese amor puro se entrega José Antonio con una voz propia, inconfundible, mística y siempre bondadoso con la fragilidad del otro.
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