Ojalá existiera lo de la OTI
Los toreros son de otra pasta
Vamos animados a la Meseta de Toriles, hay destellos de arte y tronío, y estamos ávidos de disfrutarlos. La alegría se instaura en la plaza, hay mezcla de gentes, nuevas caras junto a viejos gestos; tanteamos el ambiente, medimos las fuerzas, y nos acomodamos en nuestro sitio. Antes de darnos cuenta hacen el paseíllo los toreros con sus cuadrillas, una punzada intensa e inexplicable nos traspasa al paso de uno de ellos; nuestro cuerpo se convierte en oráculo involuntario; sacudo la cabeza para ahuyentar el mal presagio, y rezo un Ave María encomendándolos a la Virgen Macarena, protectora de la Plaza de Avda. de Vilches. Se suceden las suertes, los pases son certeros, pero el desasosiego permanece. Cabecea el morlaco a derechas, y el torero lo sabe, lo maneja a su antojo, se despliega el arte, se encienden las luces, y con el brillo del traje no somos conscientes que ha cruzado un cuervo la Plaza con vuelo lento. En ese momento todos sentimos la fría cornada, que recorre el muslo del matador. La vida y la muerte en décimas de segundo... ¿cómo ha podido entrarle por ese pitón? Un gentío se arremolina tapando al torero. “¡Rápido, un torniquete que el Maestro sigue la faena! Emerge del caos, lleno de sangre y albero, brilla en su pecho descubierto, una medalla que besa con agradecimiento y fe, indicándole con la mano al presidente: ¡cambio de tercio!
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