Antoine Griezmann es un hombre contento. El jugador del Atlético de Madrid tiene motivos para estarlo. Tiene dos familias, la personal y la deportiva, y ambas le quieren y valoran. Junto con su esposa Erika, es padre de tres hijos, dos niñas y un niño, y le van bien las cosas. Es multimillonario -tiene más de un millón de euros-, ha ganado un Mundial y ha estado cerca de lograr el segundo con Francia. Tras su salida del Barça, ha conseguido objetivos en lo personal y profesional, que le han realizado como individuo. Se le ve feliz, radiante. Lo dice y lo demuestra de una forma curiosa: se ha tintado la cabeza de color rosa. Para algunos puede parecer una estridencia, una gracieta más, pero no es así. Es la forma de expresar su estado de ánimo.

Su iniciativa transmite simpatía y alegría. Estamos ante una decisión muy personal, compartida de forma democrática con su familia. Me temo que también es intransferible. No albergo dudas de que esta nota de color va a estar lejos de crear tendencia. A este periodista le cuesta adivinar a Fernando de esa guisa y le parecería más propio de una apuesta o una despedida de un solterón recalcitrante amigo suyo. Al que sí le veo con esas pintas es a Robertone. El argentino es más joven y atrevido que su capitán, padre de familia, serio pero a tiempo parcial, solo en lo profesional. Uno y otro no necesitan pintarse la cabeza para decir que están contentos y rezuman felicidad. ¡Por sus hechos les conoceréis! El cancerbero firmó dos paradas de máximo nivel ante el Atlético. Y el 5 dio toda una Master Class de controles y cómo hay que golpear al cuero para que describa una comba perfecta que acabe en gol. El francés no va a imponer el estado del bienestar con sus tintes y Martínez y Lucas ven la "Vida en rosa" como cantó Edith Piaf, la francesa más célebre del siglo XX.

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