Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Este es mi artículo número 500 en Diario de Almería. Desde agosto de 2012 a hoy el país ha cambiado bastante. El marco político y jurídico, la superestructura económica y la composición social no es ahora la misma que entonces. Por ejemplo, en 2012 no se vislumbraba aún la amenaza cierta y real que representa la extrema derecha para la democracia en España. Yo mismo me dolía, en aquella época, de que el PP no fuese capaz de sacudirse el ramalazo franquista que tenía gran parte del partido y de que ese sesgo fascista pusiese en duda su legitimidad democrática desde la época en que los fundadores de la derecha moderna española se opusieran a los pactos de la Moncloa y a la Constitución. No vislumbraba la posibilidad de que, una vez segregada esa facción ultraderechista, ésta, organizada en Vox, se aproximase a darle al PP del que provenía el “sorpasso” electoral y que llegara a constituirse en la amenaza actual al sistema democrático y constitucional.
La población diana del fascismo es hoy la juventud. Ciertamente, y como ha sido siempre, se trata del sector que peores horizontes personales y económicos tiene. La inmensa mayoría de la llamada generación Z, los nacidos ya en democracia, que no vivieron el franquismo, tienen grandes dificultades para acceder a una vivienda, es decir, para independizarse de sus padres, solo pueden aspirar al mileurismo o, aún peor, al subempleo y a la sobrecarga de horas extras no pagadas, y son carne de cañón para la propaganda fascista, los bulos y los mensajes ultras en las redes sociales. La base educacional, el punto de partida de este sector juvenil, es deficitaria en Historia, Humanismo y formación convivencial y política, no tienen información ni explicación clara de lo que fue el franquismo y la Transición, y no tienen una épica de la conquista de la democracia a la muerte de Franco. Sintetizan las libertades de que disfrutan desde el nacimiento únicamente en la libertad de rebelión ante un sistema que les dificulta la integración y no les permite albergar esperanzas razonables de futuro. Todo ello los lleva a creer que lo distinto, lo contrario al sistema que no les acoge en su seno, es renovación y cambio, tal como nos ocurrió a los jóvenes de los 70 respecto al tardofranquismo. Creen que sus libertades y derechos son connaturales a ellos, que no están en juego.
Habría que hacer pedagogía democrática. ¿Hay tiempo aún?
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