República de las Letras
Agustín Belmonte
Reforma del Paseo
E N esta época del año se llena el suelo de las aceitunas que se desprenden de los olivos, que caen como los pajaritos de la higuera cuando hace mucho calor en verano. Es una pena, o una falta de previsión, o de diligencia, según se mire, que un ejemplar como el de la Plaza Santa Rita, un árbol centenario de un porte impresionante, no se le saque provecho y solo sirva para manchar el suelo y que alguien se resbale. De los naranjos de la calle Murcia, hablaremos otro día.
El proceso para obtener aceite es relativamente sencillo y, al mismo tiempo, está lleno de metafóricas enseñanzas. Primero hay que recolectar la aceituna con esfuerzo, vareando las ramas y recogiéndolas del suelo; después de lavarlas y quitar las hojas y los rabillos, se trituran en una batidora; así obtenemos una pasta, formada por la carne y los huesos, que colocamos en un trapo y prensamos con firmeza. Poco a poco se va precipitando un líquido viscoso, de color pardoso, de aspecto terrorífico y poco apetecible, el cual trasvasamos a otro recipiente, preferiblemente de cristal.
Ahora dejamos que actúe la magia de la física que se aplica en la dinámica de fluidos. En un par de días vemos como en ese recipiente van apareciendo dos líquidos bien diferenciados: en la parte inferior un material ocre pardo oscuro formado por agua, trozos de piel y pulpa, y en la zona superior, debido a la menor densidad, un precioso aceite de color verde y con unos aromas que traen a nuestra memoria antiguos recuerdos familiares, de infancia, de vivencias.
Miguel Hernández creó un precioso poema en 1937. Decía que los olivos los levantó la tierra, el trabajo y el sudor. Y estos mismos elementos marcan nuestra existencia, nos modulan y van conformándonos a lo largo de nuestra vida. Desde que nacemos, aprendemos sobre la realidad que nos rodea; nuestros mayores nos impregnan con sus valores, con sus comportamientos y actitudes, y se convierten en el espejo donde nos miramos; la relación con nuevas personas nos enseña otras formas de ver y entender, de sentir y manifestarse. Y todo ese bagaje lo vamos rumiando, triturando, comprimiendo y decantando a lo largo de la vida, hasta que obtenemos la esencia, el auténtico oro verde que nos define como personas.
Como decían los poetas, se hace camino al andar y al andar se hace camino, y a lo largo del tiempo nos vamos convirtiendo en aceituneros altivos.
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