
A la luz del día
Antonio Montero Alcaide
Zelenski se pone la chaqueta
La paciencia es una facultad o un estado del ánimo con muchas aplicaciones o utilidades. Una es la capacidad de padecimiento, de manera que se soporten los inconvenientes sin alteraciones. Eso de esperar la atención en un bar, sentados a la mesa, puede dar para la paciencia, aunque la razón o la causa no esté en los camareros que, como se anuncia en la camiseta, todavía no vuelan. Es propia de la paciencia, asimismo, otra capacidad, la de hacer cosas que resultan pesadas o en extremo minuciosas. Pacientes son, también, quienes, por mucho que deseen o crean que les corresponde algo, están facultados para saber esperar. Incluso la lentitud y la parsimonia para hacer las cosas tienen que ver con la paciencia, que es prima hermana de la tranquilidad, de la serenidad y de la calma. Razón por la que, con malas intenciones, se lleva a perder la paciencia para que, desasistidos de ella, turben la irritación y la cólera. No es ese el propósito de la comanda que tarda, aunque crispe a los que esperan cuando el servicio se demora. Razón tiene el camarero, entonces, en pedir paciencia, pues su oficio no es fácil, por tener que vérselas con no siempre educadas concurrencias y el trágala de que el cliente siempre tiene la razón. Otra cosa son los camareros “esaboríos”, pero a estos se aguanta con estoicismo por su peculiaridad.
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