La cuarta pared

Imios

Cuando compramos nuestra casa, que será la posesión más preciada lo hacemos con un desahogo que nunca deja de sorprenderme

El español moderno es contradictorio. Y digo contradictorio por emplear un eufemismo amable no sea que se me ofenda alguno. Tajante y generalista afirmación, pero siempre acabo llegando a esa conclusión cuando pienso en estas cosas. Vivimos en un mundo en el que lo material tiene una importancia desmesurada. Atrás quedaron los tiempos en los que las posesiones de un individuo cabían en un zurrón, que tras su muerte pasaban a ser repartidas entre los miembros de su descendencia o de su tribu. Y vivir, se vivía. Hoy no. Hoy hemos evolucionado hasta convertirnos en una especie en la que el valor de la posesión define nuestra propia identidad. No somos nadie sin nuestro teléfono móvil, nuestras zapatillas, nuestro coche o nuestro Avatar en el metaverso. Y no solo por el propio valor funcional de esos objetos que nos facilitan el día a día, sino por lo que representan. Sin embargo, de todas las posesiones materiales, hay una que a pesar de ser tal vez la más importante y la más valiosa de todas, es a la que acabamos prestando menos atención.

La gente acostumbra cuando va a comprar un coche, a empaparse del asunto hasta convertirse en un auténtico experto en emisiones de C02, en sistemas de seguridad activa y en ángulos de batalla. Cuando nos compramos un teléfono móvil, consultamos docenas de foros y estudios comparativos de los modelos del momento. Exigimos garantías, facturas y guardamos como tesoros las cajas y los manuales.

Pero cuando vamos a comprar nuestra casa, que será la posesión más preciada de nuestra vida, por la que acabaremos casados con una entidad financiera por lustros o décadas, lo hacemos con un desahogo que nunca deja de sorprenderme.

En mi vida profesional he visto contratos privados de compraventa de viviendas que caben en una cara de una servilleta, presupuestos de ejecución de obra de una casa que no pasaban de un resumen de capítulos abierto, o viviendas de 200 metros cuadrados escrituradas como "solar con corral". Casas con habitaciones en engalaberno, compradas tiempo atrás al vecino de la casa medianera, descritas en fanegas y codos en las escrituras, generando laberintos y singularidades que el registro de la propiedad transcribe de forma literal para gozo y disfrute de las generaciones venideras. Bien es cierto que las cosas van cambiando, y los registros y el Catastro están haciendo un esfuerzo por coordinarse aprovechando los medios tecnológicos de hoy. Aun así, nos resistimos y nos resistiremos… Somos contradictorios.

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