Mediocres y mediocridad

La mediocridad emanada por un mediocre no tiene hoy ninguna justificación

Del latín mediocris, se entiende como "mediano, regular o común". Normalmente, el calificativo se usa para indicar falta de inteligencia, capacidad y solvencia, con unas connotaciones claramente peyorativas o despectivas, colocando al individuo al que se le aplica en el espacio marginal de lo malo o indeseable. Se trata de un uso del término, por tanto, profundamente equivocado. Mediocre, en tanto que "mediano", es "el que está en el medio" o "el que es regular", o si se quiere "vulgar", y se refiere al sujeto que pertenece al grupo más abundante o más común. El mediano, por consiguiente, está en un lugar equidistante entre la excelencia y la ineptitud intelectuales. Ser un mediocre es lo más normal del mundo. El verdadero problema reside en cuestionarse - o filosofar- sobre los frutos que el mediocre puede dar si se lo propone. Procede entonces sacar a colación el aserto popular que reza "hace más el que quiere que el que puede". Con ello pretendo desterrar la creencia extendida de que el mediocre es siervo inexorable de sus limitaciones intelectuales, de sus capacidades, que llegan hasta donde pueden. Esta creencia lo exonera benévolamente de sus responsabilidades, entendiendo que no puede hacer más o llegar más lejos en sus actividades por sus naturales limitaciones. Y la sociedad democrática, que parece aceptarlo así, adopta un papel protector o paternalista con una mayoría de ciudadanos, favoreciendo un peligroso crescendo en la fabricación de legiones de inútiles, gandules e ignorantes. Hay que decirlo bien claro; un mediocre puede llegar a la excelencia en aquella actividad que le interese o plazca si se lo propone. La mayoría de los profesionales excelentes empezaron en el ámbito de la más absoluta mediocridad o vulgaridad. Crecer desde la necesidad propia, desde la creencia en uno mismo, es absolutamente imprescindible para llegar a la excelencia. La mediocridad emanada por un mediocre no tiene hoy, por tanto, ninguna justificación; el mediocre tiene la obligación de responder ante una sociedad que lo dignifica, tiene la obligación de dar unos frutos lo más excelentes posibles. Bajo esta premisa hay dos tipos de mediocres, los buenos y los malos. Los primeros crecen y se realizan; los segundos deciden voluntariamente el camino fácil del cuento y la impostura, esperando la protección que el sistema les depara, generando sociedades cada vez más nefastas, donde la peor de las mediocridades campa a sus anchas y los vagos y sinvergüenzas son legión.

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