Monticello
Víctor J. Vázquez
Un triunfo póstumo
Sipor indicación de facultativo, has tenido que realizarte una prueba diagnóstica de cierta duración, en la que has permanecido en una sala de espera durante más de tres horas, lo que te permitió la posibilidad de observar las conductas de otros usuarios, sin más interés que el que deriva del desasosiego o del aburrimiento, para terminar preguntándote si lo estamos haciendo mal en las interacciones sociales.
Te diste cuenta de que ceder el asiento a personas mayores o a mujeres gestantes está en peligro de extinción, especialmente si en sala hay menores. Al ser un día no lectivo, se presentaron bastantes, y sus progenitores les indicaban que ocuparan las sillas, permaneciendo ellos de pie, facilitándoles su teléfono móvil para que pasaran el rato, y solo las personas en torno al medio siglo permitieron que los cercanos al centenario dispusieran de un lugar donde ubicarse. Siendo cierto que el ambiente en la calle era desapacible, te parece que esos niños pudieran haber esperado jugando entre ellos, y de no ser posible, junto a sus padres, respetando el lugar de los mayores, aunque sólo fuera por su situación física.
La falta de saludos ya no te espanta, aunque te molesta. Personas que entran, cogen su número, esperando ser llamadas, sin un buenos días ni un hola, que miran con extrañeza cuando alguien si lo dice, sin responder a una mirada o a una sonrisa, sin darse cuenta de que lo de verdad importa, especialmente en los momentos duros, es reconocerse en los otros, con los que crees compartir reglas que antes se decían de urbanidad y que no son más que las que nos permiten convivir en armonía.
Para entretener la espera, te pertrechaste de un libro, que leías cuando tenías la posibilidad de sentarte. Siendo la única persona de la sala que disponía de semejante artefacto, te percataste de sus miradas en las escasas ocasiones en que los que te rodeaban levantaban la vista de sus dispositivos móviles. No esperabas una tertulia literaria, dada la frecuencia de entradas y salidas, pero te sorprendió su incomodidad al verte sumergirte en el placer de la lectura, enjuiciando lo distinto, como si hicieras algo prohibido.
Es posible que nos estemos equivocando, porque los niños aprenden de lo que nos ven hacer. Los convertimos en el centro de nuestro mundo, mientras los dejamos al margen del de los demás, de los que tampoco obtendrán respeto si no lo muestran.
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