Cambio de sentido
Carmen Camacho
Zona de alcanfort
Si tuviera que elegir un objeto que resumiera y representara esta época del año sería una maleta. Las hacemos pensando en nuestro destino inmediato y las deshacemos mientras atesoramos los recuerdos del viaje que acaba de culminar. Siempre me han parecido también una especie de prueba de realidad. A la vuelta, observando tanto las prendas que hemos utilizado como las que hemos echado en falta, nos ayudan a afinar un poco más nuestras expectativas con respecto a lo que realmente acabamos encontrando. Son, por supuesto, auténticos iconos del viaje, la aventura, el cambio e incluso de lo imposible.
En 1905 una mujer sueca de 32 años llamada Clara Bagge zarpó en un transatlántico desde Cuxhaven (Alemania) con destino a Nueva York. Una fuerte tormenta sorprendió al barco durante la travesía por el Mar del Norte hasta el punto que el buque acabó hundiéndose rápidamente. Clara, junto con otros pasajeros, tuvo la suerte de ser rescatada por otro barco pero ninguno tuvo ocasión de llevar consigo su equipaje. En 1945 una pareja de pescadores suecos avistaron un objeto flotando cerca de las costas de Smögen, Suecia. Al subirlo a bordo reconocieron una vieja maleta, castigada por las inclemencias del tiempo pero muy entera todavía. Dentro encontraron ropa, pertenecías a incluso los documentos que probaban quién era la propietaria del baúl. Una vez en tierra los marineros pusieron todo a disposición de la policía quienes, tras una pequeña investigación, lograron dar con la señora Bagge, quien en ese momento se encontraba viviendo en Suecia y contaba con 72 años. Emocionada y sorprendida recuperó, cuarenta años después, sus pertenencias. La maleta había viajado y resistido un naufragio, cuatro décadas de sol, agua y sal a la vez que recorrido más de 2000 km gracias a las corrientes marinas.
Cada travesía es una aventura y mientras estamos vivos permanecemos en un eterno viaje. Las maletas que decidimos portar en cada momento son testigos discretos de nuestra historia personal. Cada objeto que decidimos llevar en nuestra mochila es un vínculo entre lo que somos y lo que esperamos ser, un nexo silencioso entre el lugar donde estamos y al que queremos llegar.
Cada utensilio, cada pensamiento, cada actitud tiene el potencial de convertirse en un tesoro, en un símbolo de nuestra trayectoria o en algo que puede desaparecer para siempre o volver a emerger cuando menos lo esperamos.
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