La esquina
José Aguilar
Por qué Sánchez demora su caída
JOsé Antonio Sayés Bermejo ofrece en casi la totalidad de sus libros las pruebas que acreditan la existencia del alma. Y si nos paramos a pensarlo fríamente, dicha demostración nos llevaría inevitablemente a una afirmación aún más contundente: Dios existe. Porque está claro que el espíritu no puede ser una creación del ser humano. Por lo tanto, si se demuestra la primera, afirmamos el segundo.
Nuestro autor da hasta siete pruebas. Pero dado del espacio del que disponemos en esta columna de opinión, me limitaré a compartir con los lectores algunas de ellas. Cada semana iremos aboradando una. Al menos las más llamativas para tener argumentos que den razón de nuestra fe, además de alimentar nuestro propio intelecto.
Así que comencemos con la primera de las pruebas que nos llevan a la existencia del alma: la libertad. Ésta significa autodeterminación. O dicho con otras palabras: ausencia de condicionamientos internos y externos a la hora de escoger opciones de vida, criterios o simples decisiones. Es cierto que los genes nos pueden condicionar parcialmente: nos dan una mayor o menor capacidad craneal, color del pelo o de los ojos, u otros rasgos físicos externos o internos. Pero no me pueden determinar, en el sentido de que soy yo el que decido hacer esto o aquello.
Habrá quien piense que efectivamente los genes no nos condicionan. Pero lo que nos determina es la cultura, las creencias o no religiosas, el ambiente y nuestro contexto en general. Sin embargo tampoco es cierto. ¿En cuántas casas de padres cristianos, los hijos deciden abandonar la fe de sus mayores cuando se hacen adultos? Y así un sinfín de ejemplos.
Así llegamos a la siguiente conclusión: en nosotros hay algo radicalmente irrepetible y singular, algo que no proviene de nuestros padres ni de nuestros genes. Algo donde radica el santuario sagrado de toda persona humana. Tenemos la experiencia de que en nosotros hay un "yo" irrepetible e inédito, con una libertad por estrenar.
Así pues, esta libertad no procede de la materia (genética o social), sino que se trata de un acto espiritual; es decir, transciende y va más allá de la propia materia.
El animal no se distancia de las cosas materiales en cuanto cosas y así no puede elegirlas. Sus movimientos son siempre los mismos. Su historia no es historia, sino vida vegetativa, vida mecánica. Los peces cuando nacen, hacen todos lo mismo. Y el que no lo hace, corre el riesgo de morir.
En cambio, el ser humano es capaz de dar la vida por otros semejantes que no conoce, por pura elección. Igual que hacen los misioneros. Porque aunque éstos tengan fe, no les condiciona para morir inevitablemente por su adhesión a unas creencias. Siempre tienen la opción de huir y salvarse. Y habrá quien lo haga. Pero la decisión última nace y la tiene nuestro "yo". Por eso dos gemelos, siendo idénticos genéticamente, tienen la conciencia de ser distintos, con un "yo" único e irrepetible. Un "yo" que proviene del alma.
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