Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
El palabro que encabeza esta columnilla es de reciente creación. Al menos, yo me he enterado hace poco. Ya conocíamos el término “reduflación” porque lo estamos sufriendo en nuestros bolsillos. Aunque no es práctica novedosa, se ha generalizado a raíz de que se disparara la inflación “gracias” al aumento generalizado de los costes de producción: materias primas, energía, transporte…y especulación, claro. Consiste en quitarle unos gramos de peso al envase habitual pero sin subir el precio. Por ejemplo –y hay muchos otros- casi todos los paquetes de medio kilo de pasta, galletas y un largo etcétera pasaron a contener 450 gramos. Así que no se fíen de la costumbre y comprueben siempre el peso que indican en el envase.
Esto de la barataflación es más sutil pero más dañino, ya que no solo daña el bolsillo sino con frecuencia también el paladar e incluso la salud. Un estudio reciente dice que es una práctica bastante generalizada y, en algunos casos, desde hace bastante tiempo. Quizás el más generalizado sea los sectores del helado y de los postres lácteos, En ciertos helados industriales se sustituye la nata y la leche por grasas vegetales, con frecuencia de palma o coco, que son las menos saludables del mundo. Incluso tengo noticia directa de que hay empresas que ofrecen a las “heladerías artesanales” grasa de pollo para sustituir la nata. En algunos quesos también usan aceites vegetales y tienen que añadirles espesantes y concentrado de proteínas de suero. En los embutidos y otros preparados cárnicos es frecuente leer en la letra chica que llevan proteínas de soja, azúcares y suero lácteo. Y, por parar ya, en muchos flanes y mahonesas se ha reducido (o suprimido) el huevo, sustituyéndolo por espesantes y agua. Te cobran el agua a precio de huevo; o más caro porque dicen que es más sano, vegano, ligth y otros embelecos.
En bastantes casos se indica en la etiqueta, en letras grandes, que el producto es bajo en grasas animales, en azúcares y/o en conservantes. O sea, que lo venden como que es más saludable y lo cobran más caro. Esto puede ser verdad y lógico, como en el caso de los productos sin gluten, pero es un mamoneo, además de un fraude, cuando sustituyen la leche por coco o palma, que tienen más ácidos grasos saturados que la leche. Aunque sean vegetales.
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