Los idiomas hay que conservarlos, valorarlos y cuidarlos, de eso no cabe ninguna duda. Cada idioma es una forma de expresarse que va ligada a una forma de pensar y de sentir. Cuando muere un idioma, mueren también formas de pensamiento que nunca volverán. Además de esto, la lengua materna es algo tan íntimo, tan personal, tan necesario como el aire que respiramos, ya que condiciona la manera de pensar y expresarnos durante toda la vida.

Ahora bien, que se use la lengua como arma arrojadiza al servicio de la política más rastrera es algo con lo que debemos ser muy cuidadosos. Que el líder de la oposición se permita afirmaciones como que "el profesorado en Cataluña no deja ir al baño a los niños que hablan castellano", resulta inadmisible. Que el nacionalismo catalán tense constantemente la cuerda con cuestiones lingüísticas, tampoco es de recibo.

¿Está pensando el nacionalismo en el bien del alumnado y de las personas cuando cierra filas en torno al catalán, de una manera tan partidista? Alguien nada sospechoso de ser de derechas, como Ferrer i Guardia (uno de los pedagogos catalanes más importantes de todos los tiempos) recibió presiones de la burguesía catalana de principios del siglo XX para instaurar el catalán en sus escuelas. Su respuesta fue que él quería lo mejor para su alumnado, lo que más puertas le abriera y le permitiera ser libre… y para eso era preferible el castellano, que era y sigue siendo la segunda lengua con más hablantes nativos en el mundo. ¿Por qué enseñamos inglés, principalmente? ¿por qué no enseñar kaixana, el idioma de una tribu de Brasil? Sencillamente, porque solo lo hablan en su tribu.

Por otro lado, es tremendo que en un territorio prefieran tener peores profesionales, pero que controlen la lengua. Es terrible que en las oposiciones docentes se valore el idioma (catalán, gallego, euskera, valenciano…) por encima de tener más titulaciones u otro tipo de valoraciones. Totalmente injusto para los aspirantes, pero también para el alumnado. Algo tan sencillo como dar un plazo a esos docentes para que adquirieran el nivel avanzado en el idioma (C1, si se quiere), solucionaría el dilema.

En el equilibrio está la virtud. La razón y los argumentos deberían estar por encima de todo. El problema es cuando hablo "para mi público" y redacto mi discurso con una mano mientras con la otra voy contando votos, tanto de una parte como de otra.

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