La confianza se gana, no se impone

Cuando nos proponen una decisión política, tenemos que ver si quien lo hace es, aparte de inteligente, trigo limpio

Dos cosas producen la confianza: nos fiamos de quienes creemos que saben más que nosotros y cuando no cabe sospecha de engaño ni de intenciones aviesas. Al fin y al cabo, no engendra confianza la inteligencia si no la acompaña la justicia. Si les gusta esto que escribo, no me lo atribuyan a mí, sino a Marco Tulio Cicerón, su autor: de pensamientos así privan a la juventud esos asnos infatuados que han decretado el ucase contra las Humanidades en sus Institutos. Ideas como las de arriba nos siguen hablando al oído porque, descartado el barniz tecnológico, seguimos siendo esos mismos monos indefensos que necesitan de la manada para sobrevivir y alzan la vista al cielo en busca de una esperanza.

Esta manada que llamamos sociedad se basa en una cualidad fundamental: poder fiarnos de los demás y confiar en los que mandan. Nuestras agrupaciones se mantienen con pactos implícitos de colaboración y de no agresión. Necesitamos pensar que el vendedor no nos va a engañar ni siquiera con el pufo de la obsolescencia programada. Creer que podemos fiarnos de alguien que nos da su palabra es la barrera entre cooperar y obedecer. Cuando nos proponen una línea de actuación como sociedad, una decisión política, tenemos que ver si quien lo hace es, aparte de inteligente, trigo limpio también. A esa cualidad de ser fiable la llamaban "fides" los romanos y la transmitían, por ejemplo, con el gesto de darse la mano cuando cerraban un contrato de buena fe.

Si pensamos que quien nos gobierna no es digno de confianza, nos apartamos; si creemos que sus sustitutos son muy parecidos, renegamos de todos ellos; si llegamos a la conclusión de que todo es una guerra de élites para las que no pintamos nada, acabamos rebelándonos más o menos pacíficamente. Noticias como las regularizaciones de la emérita fortuna son una carga de dinamita en los cimientos de la monarquía parlamentaria: por lo que implican y porque nos ponen muy difícil fiarnos de las intenciones de sus herederos y valedores. Antes o después, las élites se enfrentan a la decisión de mantenerse con la violencia o de provocar un cambio no violento que les permita seguir dominando: lo primero puede conseguir sumisión, no amor; lo segundo acaba con las figuras visibles de un sistema para que no cambie nada más. Decía Calígula: "que me odien mientras me teman" y acabó asesinado por sus propios Pretorianos. Algunos deberían tomar nota.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios