El desaguisado

25 de octubre 2025 - 03:08

Desde que inició las hostilidades públicas contra Ruiz Machado, el vértice de la RAE, he leído toda clase de descalificaciones hacia García Montero. Unas afectan a su persona, otras a su gestión, e incluso las hay que cuestionan su obra. Así se ha ido dibujado un retrato nada bonancible, a base de brochazos torcidos: es un paniaguado, un intelectual de poética blanda, un sicario de Albares, un arribista de competencias ajenas, y un largo etcétera.

La polémica destapa los intersticios más oscuros y menos edificantes de la sociedad literaria. Juan del Val, reciente ganador del Planeta, preconizaba que se desentendieran de los espíritus selectos de los especialistas. Parece como si estuvieran empeñados en conseguirlo. De lo contrario, se entiende poco, o nada, que se cuestione la figura literaria de García Montero. Más allá del aprecio personal que genere, es un referente de la poesía hispánica. Eso no debiera estar en cuestión.

Toda esta serie de descalificaciones desvían el trasfondo de la cuestión que, por cierto, sí había situado bien el director del Cervantes. La RAE no está en condiciones de asumir la planificación lingüística del español en la actualidad. Pérez Reverte acusaba a García Montero de inmiscuirse en cometidos que no son suyos. ¿Pero quién es razonable que se ocupe de esos cometidos? Veamos, la RAE fue una institución neoclásica, con una loable hoja de servicios. Algunas de sus contribuciones fueron tan indiscutibles como la civilización de la ortografía heredada del Siglo de Oro. Pero de eso hace siglos. En nuestros días la cosa cambia sustancialmente. Un simple ejemplo, mientras sus académicos discutían qué hacer con “almóndiga”, Alemania ganaba la partida de las lenguas de trabajo de la UE. Eso es lo que en los 90 Cardona llamó planificación lingüística internacional. Reverte no tiene la menor idea de su existencia, como tampoco la mayoría de los académicos, incluidos los lingüistas, expertos en otras cosas y no en gestión de las lenguas. El problema, grave, radica en que los incapacitados para ejercer como planificadores son ellos, los académicos, lo que ocasiona un auténtico desaguisado cultural. Alguien debe poner cordura en todo ello. García Montero lo ha hecho, por mucho que incomode a los modernos sepulcros blanqueados de las letras españolas.

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