La dignidad no se suplica

27 de octubre 2025 - 03:09

Ser mujer, en demasiados lugares del mundo, sigue siendo una desventaja. No por falta de capacidad, sino por ausencia de derechos reales. Aunque los tratados internacionales proclaman la igualdad, la vida cotidiana de millones de mujeres y niñas cuenta otra historia: la de la desigualdad, la violencia, la exclusión y el silencio.

Los derechos humanos de las mujeres no son una categoría aparte. Son los mismos que los de cualquier ser humano: vivir sin miedo, acceder a la educación, a la salud, a un trabajo digno, a la justicia. Pero cuando se nace mujer, esos derechos se tambalean. Se condicionan. Se retrasan. Se niegan.

La educación, por ejemplo, debería ser la gran herramienta de transformación. Sin embargo, en muchos países las niñas siguen abandonando la escuela por razones tan injustas como la pobreza, el matrimonio forzado o la violencia. Incluso en contextos más desarrollados, la escuela no siempre es un espacio seguro. El acoso escolar, los estereotipos de género y la falta de formación en igualdad siguen presentes. La muerte de una niña de 14 años en Sevilla, tras sufrir acoso escolar, nos confronta con una realidad dolorosa: la violencia puede presentarse también en la soledad de quien no encuentra escucha ni amparo.

Porque la dignidad de una mujer no se pide. Se reconoce. Se protege. Se defiende. La historia de Sandra deja una huella profunda, una llamada a mirar con más ternura, a actuar con más valentía. Que su nombre no se pierda en el silencio. Que su memoria nos impulse a construir entornos donde ninguna niña se sienta sola.

La violencia de género, en todas sus formas, sigue siendo una herida abierta. No empieza con un golpe. Empieza con una palabra que humilla, una mirada que desprecia, una norma que limita. Y se perpetúa cuando las instituciones no actúan, cuando la sociedad calla, cuando las víctimas no encuentran apoyo.

También el acceso a recursos —económicos, sanitarios, tecnológicos— sigue siendo desigual. Las mujeres realizan la mayor parte del trabajo no remunerado del mundo, pero siguen teniendo menos acceso a la propiedad, al crédito, a la representación política.

Frente a todo esto, hay una verdad que no podemos olvidar: la dignidad de la mujer no se suplica. Se reconoce. Se protege. Se defiende. No es un favor que se concede, es un derecho que se garantiza.

Educar en igualdad, legislar con justicia y sensibilidad, escuchar a las niñas, acompañar a las mujeres y actuar con decisión ante la violencia. Ese es el camino. Porque cuando la dignidad de una mujer se respeta, toda la sociedad crece en humanidad.

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