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Septiembre es contradictorio, pues su nombre deriva de ser el séptimo mes en el calendario romano que comenzaba en marzo, pero es el noveno en la actualidad; y pese a que los poetas ensalzan sus primeros colores del otoño y la belleza de la melancolía que desprende el final del verano, es denostado al definirlo como el momento de vuelta a las rutinas, el final de la magia de las vacaciones y el regreso del aburrimiento. Y no es así.
A la vuelta de las vacaciones comprobamos que nosotros no éramos los culpables de lo que ocurría, porque en nuestra ausencia las cosas habían seguido igual. No es el único efecto beneficioso de volver a lo habitual. Las vacaciones de verano rompen con lo que consideramos aburrido, repetitivo y tedioso. Hacemos cosas que durante el resto del año nos son ajenas y algunos hasta montan motos acuáticas y leen libros. Pero en septiembre el tren de la vida vuelve a colocarse sobre los raíles y todo fluye por rutas establecidas. Se acabaron las sorpresas y regresan esas pequeñas costumbres diarias que, aunque a veces nos parezcan monótonas, son las que nos mantienen cuerdos en este cambiante mundo. Las rutinas son ese amigo que siempre está ahí, y aunque en ocasiones nos canse su presencia, son los muros que defienden nuestro espacio de confort y las anclas que nos mantienen a flote.
La vuelta de las rutinas en septiembre nos organiza mejor; también aumentan nuestra productividad y establece hábitos saludables respecto al cuidado personal. Para tener una vida sana, con una mente equilibrada y sin ansiedad; tener rutinas es tan imprescindible como el aire que respiramos. Una existencia sin costumbres nos abocaría al caos, y a la improvisación constante en busca de respuestas ante la exigente aventura que supone vivir. Disponer de usanzas, usos y prácticas habituales es indispensable si queremos ser felices. El desorden resultante de no disponer del refugio que suponen las certezas sobre lo que podemos o no esperar del futuro, nos provocaría una ansiedad insufrible y un desequilibrio perpetuo; mientras que las rutinas nos permiten organizar y gestionar mejor el tiempo y sus expectativas, dan confianza y nos preparan ante los imprevistos. El secreto del éxito consiste en disponer de la rutina capaz de al mirarnos al espejo mostrarnos a una persona diferente cada día.
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